José
Antonio Luengo
Hablamos de saludos. Solo de eso. De ese momento breve
que permite abrir o, también, cerrar un encuentro. De muy diversos tipos. O que
sella, más bien lo intenta, una presentación o un adiós. En el primer caso, de
no conocernos, pasamos a conocernos.
Así, en un santiamén. En un segundo.
En un periquete. Claro, esto realmente
no es así. Solo pasamos a entrar en la agenda
de reconocimiento. Visual. Físico. De alguien del que sabíamos o del que no
teníamos referencia alguna. En el
segundo supuesto, damos por concluido un encuentro, el contacto visual y físico
que ha protagonizado un momento de
relación con otra persona.
En nuestro entorno, en los saludos o despedidas, el beso
de primera instancia, ese que se da casi-sin-querer, como un resorte de
protocolo atávico, tradicional y
recurrente, suele estar restringido a las relaciones entre personas de
diferente sexo y, en todo caso, a las que se dan entre personas del sexo
femenino. Los hombres suelen, solemos, darnos más la mano, y, dependiendo de
las circunstancias, abrazarnos. Más o menos estrechamente.
Al saludar, despedirnos, al presentarnos o ser
presentados a otra persona, si besamos, deberíamos besarnos mejor. Y si no, no
besarnos. Besar es una expresión de afecto que marca diferencias. O, tal vez,
debería marcarlas. Besar, como abrazar, no es cualquier cosa. Se trata de una
acción que compromete. Debería comprometer, de alguna manera. Si uno no se
compromete, es mejor dejarlo. Para otro momento, tal vez nunca. Y, por qué no,
dar la mano. Sea quien sea la persona con quién estoy, en ese momento, o con
quien voy a dejar de estar. Un apretón fuerte, por supuesto, de esos que dicen ¡puedes contar conmigo!
Porque besar, aunque sea en las mejillas (es lo que suele
hacerse en estos breves instantes de tiempo) es expresar calidez, calor humano,
calentura en alguna de sus formas y
expresiones. Al encontrarnos, algo así como ¡me
mola, qué bueno, ya era hora! Hola, ¡qué bien que te conozco! O, ¡qué bien que te veo, por fin! O, si se
trata de despedirse, ¡siento que te
vayas, de verdad!
Porque besar es, de alguna manera, traspasar una barrera
física que, normalmente, da cuenta explícita de un espacio privado, implícita y
explícitamente propio. Estos son mis
límites, ¡ojo! Besando, o dejándonos besar, cruzamos esa frontera, la
sorteamos. Y el espacio se estrecha. Mucho. Y suena. El beso.
Besar por besar es, casi, hasta grosero. Un poco grotesco
también. Porque en realidad no se besa. Porque ponemos la cara como diciendo ¡no te acerques mucho, anda! Y no te pases,
¿eh? Hay quien te da no el carrillo, la mejilla, sino casi la nuca. Que
contamina menos. Y arrimas la cara en un movimiento extraño, perdido, blando. Así
no besemos. Mejor no besar. Porque, o se besa o no se besa. Acerquemos nuestras
manos, estrechémoslas y punto. Pero, eso sí, con fuerza. Que se note
que prestamos atención a ese acto. Que somos conscientes, que estamos en él.
Que damos valor a ese encuentro, o a la despedida.
Por cierto, no entiendo muy bien por qué los hombres no
somos capaces de besarnos más. Si hay cariño, complicidad, amistad, relación
estrecha, lo hay todo. O lo fundamental. No debería pasar nada. Suele estar el
abrazo, sí, y está muy bien. Por supuesto. Si te apetece besa. En las mejillas.
Pero besa. Con abrazo incluido. Que se note, que se sienta. Que me encanta
verte, o que me duele dejarte.
Besar en el saludo, en la despedida. Pero besar. Lo del número de veces, una convención más. Mejor dos que los tres que se dan en algunos países de nuestro entorno. Pero me quedo con los uruguayos. Ellos besan una vez, pero bien besao.
Y si en un correo electrónico me despido de alguien con quien no tengo confianza a nivel personal (ejemplo médico- paciente), y me despido de "besos" puede parecer que estoy haciendo insinuaciones?
ResponderEliminarCreo que en esas situaciones haya que guardar las formas sin introducir despedidas como las que describes
Eliminar