22 de abril de 2013

Saludos, despedidas, besos y... besos



Saludos, despedidas, besos... y besos
José Antonio Luengo

Hablamos de saludos. Solo de eso. De ese momento breve que permite abrir o, también, cerrar un encuentro. De muy diversos tipos. O que sella, más bien lo intenta, una presentación o un adiós. En el primer caso, de no conocernos, pasamos a conocernos. Así, en un santiamén. En un segundo. En un periquete.  Claro, esto realmente no es así. Solo pasamos a entrar en la agenda de reconocimiento. Visual. Físico. De alguien del que sabíamos o del que no teníamos referencia alguna.  En el segundo supuesto, damos por concluido un encuentro, el contacto visual y físico que ha protagonizado  un momento de relación con otra persona.

En nuestro entorno, en los saludos o despedidas, el beso de primera instancia, ese que se da casi-sin-querer, como un resorte de protocolo atávico, tradicional y recurrente, suele estar restringido a las relaciones entre personas de diferente sexo y, en todo caso, a las que se dan entre personas del sexo femenino. Los hombres suelen, solemos, darnos más la mano, y, dependiendo de las circunstancias, abrazarnos. Más o menos estrechamente.

Al saludar, despedirnos, al presentarnos o ser presentados a otra persona, si besamos, deberíamos besarnos mejor. Y si no, no besarnos. Besar es una expresión de afecto que marca diferencias. O, tal vez, debería marcarlas. Besar, como abrazar, no es cualquier cosa. Se trata de una acción que compromete. Debería comprometer, de alguna manera. Si uno no se compromete, es mejor dejarlo. Para otro momento, tal vez nunca. Y, por qué no, dar la mano. Sea quien sea la persona con quién estoy, en ese momento, o con quien voy a dejar de estar. Un apretón fuerte, por supuesto, de esos que dicen ¡puedes contar conmigo!

Porque besar, aunque sea en las mejillas (es lo que suele hacerse en estos breves instantes de tiempo) es expresar calidez, calor humano, calentura en alguna de sus formas y expresiones. Al encontrarnos, algo así como ¡me mola, qué bueno, ya era hora! Hola, ¡qué bien que te conozco! O, ¡qué bien que te veo, por fin! O, si se trata de despedirse, ¡siento que te vayas, de verdad!

Porque besar es, de alguna manera, traspasar una barrera física que, normalmente, da cuenta explícita de un espacio privado, implícita y explícitamente propio. Estos son mis límites, ¡ojo! Besando, o dejándonos besar, cruzamos esa frontera, la sorteamos. Y el espacio se estrecha. Mucho. Y suena. El beso.


Besar por besar es, casi, hasta grosero. Un poco grotesco también. Porque en realidad no se besa. Porque ponemos la cara como diciendo ¡no te acerques mucho, anda! Y no te pases, ¿eh? Hay quien te da no el carrillo, la mejilla, sino casi la nuca. Que contamina menos. Y arrimas la cara en un movimiento extraño, perdido, blando. Así no besemos. Mejor no besar. Porque, o se besa o no se besa. Acerquemos nuestras manos, estrechémoslas y punto. Pero, eso sí, con fuerza. Que se note que prestamos atención a ese acto. Que somos conscientes, que estamos en él. Que damos valor a ese encuentro, o a la despedida.

Por cierto, no entiendo muy bien por qué los hombres no somos capaces de besarnos más. Si hay cariño, complicidad, amistad, relación estrecha, lo hay todo. O lo fundamental. No debería pasar nada. Suele estar el abrazo, sí, y está muy bien. Por supuesto. Si te apetece besa. En las mejillas. Pero besa. Con abrazo incluido. Que se note, que se sienta. Que me encanta verte, o que me duele dejarte.  

Besar en el saludo, en la despedida. Pero besar. Lo del número de veces, una convención más. Mejor dos que los tres que se dan en algunos países de nuestro entorno. Pero me quedo con los uruguayos. Ellos besan una vez, pero bien besao.  

2 comentarios:

  1. Y si en un correo electrónico me despido de alguien con quien no tengo confianza a nivel personal (ejemplo médico- paciente), y me despido de "besos" puede parecer que estoy haciendo insinuaciones?

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    1. Creo que en esas situaciones haya que guardar las formas sin introducir despedidas como las que describes

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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