28 de junio de 2013

Vacaciones escolares


Vacaciones escolares
José Antonio Luengo




Basta con cerrar unos instantes los ojos y respirar hondo. Dejar de pensar en nuestras cosas, esas que hacemos ahora, las que ocupan nuestro presente. Y desviar el pensamiento. Irse un poco de este mundo y saltar, ubicarnos en otro espacio y otro tiempo. Retrotraerse, evocar tiempos pasados. Cuando éramos niños, ocho, nueve, diez años, más o menos. Y situarse en los días previos a las vacaciones escolares y, sobre todo, en el último día de clase. Ya sin libros en el pupitre, ni lápices o bolígrafos en las manos. Vestidos con camiseta y pantalones cortos, mirando nerviosos a todos los lados. Entramos en el cole, entramos en el aula. Un contagioso espíritu de  libertad y alegría ensancha nuestro corazón. La mente se escapa, huye. Huye de los días de clase, de la pizarra, de la tiza. Huye de los deberes, de los exámenes. Se escapa también de la tensión, de la presión por acertar, por no fallar. Y del mal tiempo. De la mirada escrutadora de los profesores, con las lecciones, las explicaciones, los ejercicios. De salir a la pizarra…

La mente se ha ido. Se ha ido de lo malo, claro, porque hay mucho de bueno en el día a día en la escuela. Los compañeros, la amistad, la alegría. También los profesores. El recreo, las buenas notas, la mirada cómplice de los colegas en las travesuras. La risa tonta que no podemos aguantar. El grupo. Los amigos. Pero la mente se va de lo malo. Se escapa, digo. Se quiere ir. Y flota en un presente que quiere ser futuro. Salir ya. Sentirse libre. Alejado de las tareas, de las obligaciones. Arriba las vacaciones, abajo el estudiar, los libros a los rincones, y nosotros a jugar. Eso cantábamos. De pequeños. Como un rito. La consagración de la libertad, insisto.

Estamos aún en clase. Los profesores sonríen. Nosotros sonreímos. Nerviosos y juguetones. El cuerpo está dentro pero nosotros, nosotros, fuera. Muy fuera. Que suene el timbre. Que nos dejen salir. Por favor, ¡yaaaaaa! La mente y el corazón se hacen uno. Uno en la magia de poder, de querer, de evadirse, de jugar. Jugar y jugar. Reír hasta el cansancio. Hasta la extenuación. Nos dejan salir ya. Sonó el timbre. Al recreo todos. Ya no hay más clases. Hay una fiesta.

Y todo se torna fiesta ya. Los profesores relajados. Nos saludan, nos abrazan. Bendicen nuestra cara de pillos, casi. Ellos también están contentos. Un curso duro. Todos lo son. Para nosotros, pero también para ellos. Pero eso, ahora, da igual, todo da igual. Arriba las vacaciones, abajo el estudiar… Es un lema. Una liturgia, un culto, un rito. El nuestro.

Salimos atropellados al patio. Corremos de un lado a otro. Todo son risas, todo es alegría. Se nos sale el corazón. No lugar para otra cosa que no sea sonreír, bromear. Y dar gracias al cielo porque el paraíso ha llegado por fin. Mañana será otro día. Sí. Pero ¡qué día! Levantarse tarde, la calle, los amigos, jugar. Sin parar. Sin parar. Porque jugar es nuestra vida ya, a lo que sea. Donde sea. Con quien sea. ¿Juegas? ¿Jugamos? La música suena atronadora en el patio del colegio. Y es un no parar. No queremos que pare nada. Vacaciones. Éstas que no paren. Por favor, por favor. Hay juegos, alguna representación en el salón de actos, algunos padres, también… Bueno, más madres. Que miran orgullosas a sus hijos. A nosotros. Que no sabemos bien, en ese momento, cuánto temen esa libertad asilvestrada que van a tener que sufrir. Dos meses de suplicio, piensan algunas… Pero en ese momento no. En ese momento sonríen también al vernos felices. Sin parar. Sin parar.


La fiesta termina y tenemos que irnos, salir del cole… No volveremos a él hasta pasados dos meses y medio. Pero parece que nos vamos para siempre. Como si el mundo fuese a terminarse, saltamos y miramos a nuestro alrededor, deseosos de despedirnos de todos nuestros compañeros. Algunos de ellos serán compañeros de juego en el verano. Otros no. A estos nos los volveremos a ver hasta septiembre. Adiós, adiós

El mundo es nuevo ese día. Nuevo y bello. Bella nuestra madre, con quien andamos camino a casa, asustada ya, seguramente, de la lata que voy a darle. Es un no parar. Físico y mental. Pero sobre todo emocional. La emoción de sentirse otro, sin pensar en cuánto tiempo tendremos. Ahora toca jugar al pañuelo, al rescate, a pídola, a las chapas; echar buenos partidos en la era, saltar a la comba; jugar a las canicas o la peonza, a la rayuela… Y también estar, simplemente estar, con los amigos, tumbados, mirando al cielo… Sin pensar en madrugar, ni en la lección del día. Solo nuestro nombre en el aire, emitido mil veces por nuestra madre, sobresaltará nuestro día, con el bocadillo entre las manos, el agua de la fuente, las bicis. Las bicis, sí, el acceso imprecedero a la aventura, a borrarse del mapa. Investigar, oler, mirar… Bañarse en cualquier sitio. El grupo en bici. Mil rutas, mil riesgos. La imaginación como motor. A algunos nos espera también el pueblo. Y más libertad aún. Y amigos de año en año. Solo un guiño y la conexión vuelve a estallar. Así, sin esfuerzo. Magia y sueños…

Paseo junto a un colegio. Observo a los niños en el patio. Vuelan. Es el último día de colegio. Cierro los ojos por un instante. Y sonrío, feliz. La sangre corre de otro modo por mis venas. Y lloro también un poco. Nadie me ve.

Y por último, la belleza de la infancia
 


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5 comentarios:

  1. No he podido aguantar la llorera que me has provocado con tus palabras, José Antonio. ¡Menuda emoción he sentido al leer tu entrañable texto y qué recuerdos que tenía ya olvidados han vuelto a renacer en mí! Esta ha sido la mejor manera de acabar este curso que tan buenos momentos nos ha traído (lo malo ya está casi olvidado). Pues sí, esas mismas sensaciones las hemos vivido y hay que ver qué felices éramos sin preocupaciones importantes. Era increíble la sensación que teníamos entonces de que no pasaba el tiempo en vacaciones y de que los días eran larguísimos. Y ya no te digo nada cuando volvíamos de jugar a casa y siempre estaba en casa la madre con una bonita sonrisa dándonos un cariño impagable. ¡Qué sensaciones tan extraordinarias hemos experimentado! Hemos sido muy afortunados, ya lo creo… Un abrazo, José Antonio. No cambies. Hasta otra.

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  2. José Antonio la magia de las palabras se torna en vivencias con se utilizan en frases cortas tan plenas de sensaciones como las tuyas. No pares, no pares...

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  3. Bufff lo que he jugado yo a las chapas y las canicas... Que recuerdos, gracias Jose Antonio por hacernos recordar esos momentos. .jo . y al futbolll por cierto tenemos un partidito pendiente.jejeje

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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