24 de septiembre de 2013

El psicólogo educativo ante la violencia familiar: implicaciones en el contexto jurídico

El psicólogo educativo ante la violencia familiar: implicaciones en el contexto jurídico


Jornadas sobre la intervención del psicólogo educativo en el abordaje de la prevención, detección y actuación en situaciones de maltrato familiar
Octubre, 2013

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José Antonio Luengo

La OMS ha definido la violencia como "el uso intencional de la fuerza física o el poder contra uno mismo, hacia otra persona, grupos o comunidades y que tiene como consecuencias probables lesiones físicas, daños psicológicos, alteraciones del desarrollo, abandono e incluso la muerte.” En el año 2002 dio a conocer el INFORME MUNDIAL SOBRE LA VIOLENCIA Y LA SALUD, en el que se presenta la violencia, en su conjunto, como uno de las principales causas de muerte y lesiones no mortales en todo el mundo, y en el que se realiza una exposición precisa de las repercusiones de la violencia en la salud pública y formula recomendaciones de gran alcance dirigidas a su prevención.



A lo largo de estos últimos quince años, los conceptos que hacen referencia explícita a la concreción de los comportamientos violentos en el ámbito de las relaciones familiares en sentido amplio, han venido siendo objeto de profundas y complejas revisiones y no pocos debates, de diferente orden, especialmente jurídico, lingüístico y social. 

A finales de los `90, la citada OMS establecía diferencias entre tres grandes núcleos conceptuales, a saber, (1) la violencia familiar, (2) la violencia de género y (3) la violencia en la pareja. Así definía la primera, violencia familiar como los malos tratos o agresiones físicas, psicológicas, sexuales o de otra índole, infligidas por personas del medio familiar y dirigida generalmente a los miembros más vulnerables de la misma: niños, mujeres y ancianos.  Por su parte, la violencia de género era definida como la violencia específica contra las mujeres, utilizada como instrumento para mantener la discriminación, la desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres. Según esta definición, comprendería la violencia física, sexual y psicológica, incluidas las amenazas, la coacción, o la privación arbitraria de libertad, que ocurre en la vida pública o privada y cuyo principal factor de riesgo lo constituye el hecho de ser mujer. Y por último, acotaba el término violencia en la pareja como aquellas agresiones que se producen en el ámbito privado en el que el agresor, generalmente varón, tiene una relación de pareja con la víctima. Dos elementos debían tenerse en cuenta en esta definición: la reiteración o habitualidad de los actos violentos y la situación de dominio del agresor, que utiliza la violencia para el sometimiento y control de la víctima.

No sin un amplio (*), e inacabado, debate, nuestro país terminó de acotar conceptos y términos, desde el punto de vista legal, con la promulgación de la LO 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. El hoy en nuestro Estado ha terminado por concretar dos grandes conceptos desde el punto de vista jurídico y estadístico. (1) La violencia de género, entendida como todo acto de violencia física o psicológica (incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, coacciones o la privación arbitraria de libertad) que se ejerza contra una mujer por parte del hombre que sea o haya sido su cónyuge o esté o haya estado ligado a ella por una relación similar de afectividad aun sin convivencia. Y (2) la Violencia Doméstica, reconocida como todo acto de violencia física o psicológica ejercido tanto por un hombre como por una mujer, sobre cualquiera de las personas enumeradas en el artículo 173.2 de Código penal (descendientes, ascendientes, cónyuges, hermanos, etc.) a excepción de los casos específicos de violencia de género(**).



El concepto de violencia familiar, probablemente más usado y reconocido en el lenguaje de la calle para entender los actos de violencia infligidos entre los diferentes miembros de los grupos familiares, entroncaría, pues, con la definición de violencia doméstica señalada, y orientaría la mirada social hacia los distintos flujos de comportamientos indeseables observados en el día a día en los núcleos familiares en sentido amplio, hijos, padres, nietos, abuelos...

De especial relevancia es, sin embargo, en el ámbito educativo, la detección e intervención en en situaciones de maltrato infantil intrafamiliar. Porque todos los niños y niñas pasan por la escuela. En períodos críticos de su desarrollo. Casi a cualquier edad. Muchos lo hacen a partir de los cuatro meses de edad, casi diez horas al día. O más. Ese es el modelo en el que parecemos haber asentado las soluciones a la tan nombrada conciliación de la vida familiar y laboral de los adultos. A otros, prácticamente a todos, los tenemos en nuestras aulas a partir de los tres años, o de los dos, en el segundo ciclo de la educación infantil. Y a todos, por supuesto, a partir de los seis años, hasta los dieciséis en teoría (si no hay abandonos). En el caso de la educación obligatoria, una media de seis horas al día durante, también, una media de 175 días al año. Mucho tiempo. Muchas horas, Muchos días. Con ellos, observándoles, modelando su aprendizaje, atendiendo sus dudas, sus inseguridades, apoyando sus logros, habilitando nuevos caminos para interpretar el mundo. Mucho tiempo a su lado. Mucho tiempo, ellos, a nuestro lado, mirándonos también, escuchando nuestras respuestas, opiniones, siguiendo las orientaciones que les damos.

Por ello, por todo ello, somos importantes; por lo que significamos en su vida, por lo que suponemos en su desarrollo, por lo que apoyamos su crecimiento. E importantes, también en el cuidado que damos a sus vidas, en cómo nos acercamos a sus emociones y sentimientos. Y en cómo podemos detectar su sufrimiento. Porque hay muchos que sufren en silencio. Pero expresan, con sus enormes ojos, que algo bloquea su vida. La hace, aveces, irrespirable. En España, según el Centro Reina Sofía, podemos tasar el maltrato a la infancia en torno al 8% de la población infantil. Y según la Encuesta sobre infancia, en 2008, de la Universidad Pontificia de Comillas, la violencia en el hogar afecta entre el 7 y el 10% de los menores.

Cifras alarmantes, especialmente sobrecogedoras, que adquieren una dimensión, si cabe, más perversa, cuando se da cuenta de que, según las investigaciones más destacadas al respecto, en el momento actual podemos estar conociendo, y por tanto, interviniendo de una u otra manera en ellas, solo el 20 % de las situaciones que realmente se producen.

Muchos niños y niñas, en consecuencia, pueden estar viviendo situaciones especialmente traumáticas mientras, cada mañana, se sientan en nuestros pupitres.  La necesidad de acertar en la detección, en la derivación y, en su caso, la intervención, se hace imprescindible en el contexto escolar. Y, de modo singular, abundar, también, en los mecanismos para prevenir. Con la educación como herramienta. Pensando que niños y niñas de hoy serán hombres y mujeres en nada, en un santiamén. Actuar desde la educación en la paz, en la resolución dialogada de los conflictos, en la convivencia respetuosa y solidaria. En la escucha, la empatía y el afecto. Prevenir con el ejemplo. Creando contextos de relación basados en el buen trato. Hacia todos, los iguales y los que nos acompañan y comparten nuestra aventura de vivir. 

Un escenario a considerar en este contexto es el de la violencia intergeneracional, que protagonizan, en el ámbito familiar, los hijos hacia los padres y/o abuelos. Los datos que vamos conociendo año tras año, tras las comunicaciones que al efecto realiza el Consejo General del Poder Judicial o la Fiscalía General del Estado en sus Memorias Anuales, dibujan un panorama creciente de este tipo de comportamientos violentos, aun dando por sentado, como ocurre con los datos de denuncias de maltrato infantil, que probablemente conozcamos solo una parte del problema. 

Ver
 La violencia de los hijos sobre sus padres: causas y medios de prevención
Gómez, M.A.: (2013)


La situación es tan preocupante que el Congreso de los Diputados dio luz verde a una propuesta en febrero del presente año solicitando que el Observatorio contra la violencia de género atendiera otros ámbitos de violencia intrafamiliar, y entre ellos, de manera específica, las agresiones de adolescentes y jóvenes a sus progenitores (***)


(***) 
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Hijos que maltratan a sus padres
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Otro elemento de gran importancia en este relato preventivo lo representa, sin duda, la reflexión sobre las prácticas de relación entre parejas de adolescentes y jóvenes. No hablaríamos, en este caso, de modo estricto, de casos de violencia familiar, pero sí de brotes de alarmante comportamiento violento entre personas que podrían concebir su futuro en el marco de una relación estable, con todo lo que ello conlleva. Las relaciones de género en los primeros noviazgos y vínculos entre chicos y chicas a partir de los 12 años. Estamos presenciando comportamientos indeseables que llaman nuestra atención y, en cualquiera de las circunstancias, no carecen de importancia. La violencia de género no es solo un problema de parejas casadas o que conviven. Los centros de atención a mujeres maltratadas coinciden en que cada vez son más jóvenes las chicas que acuden a pedir ayuda. 

La violencia machista sobrevive en las parejas más jóvenes  

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Informe
Violencia de pareja hacia las mujeres en población adolescente y juvenil y sus implicaciones para la salud

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Los centros educativos no podemos dejar de mirar de frente este problema. Nunca. En ningún caso. Porque podemos. Porque debemos. Porque sabemos. Porque es nuestra función sagrada. Educar. Con el ejemplo, en la ternura, con sensibilidad, desde el respeto. Con conciencia crítica. De lo que el presente orden social nos muestra como modelos de éxito. Alejados del individualismo feroz. Abrazando el diálogo. La mirada compartida, casi cómplice de cómo pueden cambiarse las cosas. En nuestras vidas y en las vidas de los que nos rodean.

Porque el modelo lo es todo, o casi todo. Porque ellos nos miran. E imitan. Nos miran sin que nos demos cuenta, casi de soslayo, incluso sin mirar. Pero nos miran. Siempre. En sentido estricto y amplio. Literal y figurado. La escuela como escenario por un para la convivencia pacífica, saludable. Que permita crecer. Y creer. En las personas y en la vida. En el error y en el acierto. En la mano tendida. Y la mirada clara, y sincera.

Los centros educativos podemos actuar, debemos actuar. Con criterio, rigor, profesionalidad. Con respuestas estudiadas, tasadas, propias de equipos de docentes modernos, cercanos a las necesidades de sus alumnos y alumnas. Y evitar la inacción. Y sus detestables consecuencias.


 Presentación de la ponencia
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Protoloco contra el maltrato infantil Comunidad de Madrid
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23 de septiembre de 2013

Guía de educación para la salud en diversidad y discapacidad


Guía de educación para la salud en diversidad y discapacidad
Infocop | 

La Fundación Addeco, en colaboración con el Grupo OHL, ha publicado una guía para la educación en la diversidad y discapacidad.

La guía, que lleva por título Diferentes: Guía Ilustrada sobre DIVERsidad y disCAPACIDAD, está dirigida a niños de entre 4 y 8 años y a sus padres. De manera amena y divertida, a través de ilustraciones, historias sobre personajes conocidos y actividades, la guía pretende profundizar en el conocimiento y aceptación de la diversidad y de los diferentes tipos de discapacidad, mostrando las diferencias y semejanzas existentes entre las personas, tengan discapacidad o no. Se trata de un recurso de gran utilidad también en el ámbito escolar.

Ver información completa y enlace para descargar la Guía




20 de septiembre de 2013

La ternura en la educación

La ternura en la educación
José Antonio Luengo


El camino parece ir por otro lado. Por otro lado parecen ir las ideas dominantes sobre los ingredientes y fórmulas que el proceso educativo entraña. O debe entrañar. Llevar consigo, vaya. Hablar de educación es siempre complejo. Especialmente porque se trata de un concepto fuertemente ideologizado. 

Y, consiguientemente, capturado por ideólogos y colectivos. Determinados. Un concepto asido, exprimido, como un tesoro, como un principio básico desde el que trazar líneas maestras, casi para todo. Exacto, preciso, definido, decidido. Esta circunstancia, la captura de un concepto o idea como algo propio y de casi nadie más, es, en sí misma, un peligro. Como viene demostrándose año tras año, a juzgar por los resultados de las insoportables discusiones partidarias y partidistas sobre lo que la educación es o no es, o lo que debe ser, lo que ha de perseguir o no, sobre sus principios y objetivos sustanciales, sobre sus métodos, formas, procesos, estrategias… Y recursos.

La educación al servicio de todos y construida con todos. Ese tal vez debería ser el principio elemental. La educación como sistema, entendida en sentido amplio, casi literalmente. Entendida como lo que es, como un proceso vivo, que nace y se desarrolla a cada instante, en cada experiencia subjetiva, compartida o no, social o individual, pero siempre en el contexto de espacios que ponen en evidencia la duda, el conflicto, la dificultad para comprender lo que vemos y, por supuesto, la dinámica puesta en marcha de herramientas motrices, cognitivas, sensoriales y emocionales para crecer, superar la incertidumbre, apropiarse de la experiencia, hacerla comprensible, interiorizarla. Desarrollar nuevos procesos, más sofisticados. Más que ayer, pero menos que mañana. 

La educación entendida como un conjunto complejo de procesos en el que toda la sociedad ha de sentirse implicada. Si queremos dar coherencia, sentido y criterio a lo que hacemos y decimos que hemos de hacer.  Una sociedad cómplice, que busca y profundiza en la mejor manera de acceder a la calidad de la educación. Que se pregunta constantemente si acierta, si cuida, si ama, si da, si entiende, si comprende, si desea, si sonríe, si se entrega, si perdona, si apoya, si cree… Si cree en el valor de la educación. Si cree en la cercanía, en el respeto, en la escucha, en el interés, en la motivación, en la alegría. Y en la aventura, en la sorpresa, en la calma, en el sosiego. 

Una educación que identifica la mirada, el propio interés de los niños y adolescentes. Que les presta atención y les habla, a veces sin necesidad  de hablar. Solo con estar al lado. De sus dudas, de sus llantos e inquietudes. De su alegría de vivir y encontrar cosas, la explicación de las cosas, de aquello que les rodea, de lo que disponemos a su lado. Arriba, abajo, a un lado y al otro. El objetivo, su mirada, su confianza. Para darles. Darles, siempre darles. La ilusión por vivir, por aprender cosas nuevas, atraerlas a su capacidad de entender lo que hay. Y habrá.  Darles. Siempre darles. Afecto, cariño, ternura. Para guiarles, guiarles siempre. Atraerles a la vida y sus misterios, en mil y un ámbitos. Mil ventanas por abrir. Y mirar. Ay! Mirar. Respirar hondo y abrazar. Lo tangible y lo no tangible. Hacerlo nuestro. Que sepan hacerlo suyo, vaya. Y les interese. Aunque no estemos nosotros, los adultos. Aunque ya no estemos. A su lado. Porque no estaremos siempre. Porque no debemos estar siempre. Porque la vida será, solo, suya. Exclusivamente. Sin ambages. Ni ataduras.  

Una sociedad que cree en la infancia, realmente, está destinada a creer en la ternura como herramienta, como maquinaria esencial en el propio acto de educar. La ternura que acerca la realidad y la hace comprensible. Y deseable. Desde la confianza. La estima. La autoestima. Con cariño, afecto, amabilidad. Dar. De eso se trata. Porque dar, con sensibilidad y respeto, culmina en el autoconocimiento, en la motivación intrínseca. Porque dar así, como quien no quiere la cosa, con la mirada fácil y entregada, supone el germen de la confianza, para mirar el mundo con seguridad y, claro, también con respeto por lo que me rodea. Por lo que entiendo y por lo que no. Por lo que se ajusta a mi criterio y por lo que no. Por lo que coincide, y no, con mi manera de interpretar la vida. En cada uno de sus momentos. 

La excelencia como objetivo, sí. Pero, siempre, desde el afecto, desde la ternura. Y hacia ellos también. La excelencia, sí. Pero al servicio de las personas. En el camino compartido. también en las cunetas que acompañan nuestro paso, a ambos lados del camino. La excelencia para comprender el mundo desde la mano que se ofrece para cuidar. Para ayudar, y aupar. Y enseñar. A saltar. A expandirse. A crear un entorno más justo, más igualitario. Nunca para crear más diferencias entre las personas, entre los mundos. Nunca para habilitar élites. Élites que acaban gobernando el mundo para consolidar (si no ampliar) las desigualdades, las brechas abismales. Abisales. Nunca para perpetuar la injusticia, la cruel realidad del mundo a diferentes velocidades. Para seguir amasando poder, dinero, abundancia. Y pedir, claro, comprensión por el desmoronamiento de cimientos esenciales de dignidad y bienestar humanos.

Excelencia, sí, para coincidir con la magia de quien da y se da. Y se entrega y entrega, en ocasiones, parte de su propia vida. Delicadeza, dulzura, cariño, afecto… Élites, sí, de las que se abren a las necesidades de los demás, que muestran, con el ejemplo, que merece la pena confiar. Y seguir luchando. Élites que no quieren ser élites. Sino uno más entre aquellos con quienes viven. Y conviven. Y con los que se compromete.

Sin ternura no hay mirada cómplice. Y sin mirada cómplice, la educación está perdida. Porque la confianza y la ilusión son motores incombustibles. E imprescindibles. Ni tarimas, ni hábitos o tics trasnochados de falso respeto. Afecto en la acción. Ternura en el trato. Comprensión. Apoyo, guía y mano tendida. Para ayudar a levantarse cuando uno cae. Para ayudar a percibir el mundo como un lugar que merece la pena. Y construir un presente digno. Sin falsedades, poltronas, arrogancia y élites estancadas. En sus tronos de oro, y desprecio por los demás, todos los demás.

Porque no estaremos siempre a su lado. De nuestros niños y adolescentes. Porque no hay muchas oportunidades.  Porque la vida será, en nada, solo, suya. Exclusivamente. Sin ambages. Ni ataduras. Ni tonterías. Porque necesitan creer. Porque necesitamos que crean. Y no simplemente se dejen llevar. Nuestros niños y adolescentes. Nuestros hijos. Por ellos. Con la ternura. Siempre. Porque merecen eso. Nuestra ternura.

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13 de septiembre de 2013

Los niños que hacen más deporte manejan mejor el estrés y la ansiedad



Los niños que hacen más deporte manejan mejor el estrés y la ansiedad
Infocop | 


Un estudio publicado en la revista Journal of Clinical Endocrinology and Metabolism, confirma los beneficios de realizar deporte ya desde una edad muy temprana. A las ventajas para la salud física, ya conocidas, hay que añadir también las ventajas para la salud mental y el estado anímico. Este trabajo analizó la conducta de 258 niños de ocho años de ambos sexos, con diferentes niveles de actividad física a lo largo del día. Los investigadores midieron los niveles de cortisol de cada individuo, es decir, la hormona que el cuerpo libera como respuesta cuando se somete a estrés, ya sea físico o mental.

Los resultados muestran que los niños con un mayor nivel de actividad física gestionan mejor las situaciones estresantes. Además, les ayuda a prevenir síntomas de depresión y, en general, a sentirse mejor.

Los datos mostraron que en situaciones de calma, como por ejemplo en el hogar, todos los niños tenían un nivel de cortisol parecido. Sin embargo, cuando se sometían a situaciones estresantes, los que se habían mantenido más inactivos presentaban cantidades inusualmente elevadas. Sin embargo, los que practicaban alguna actividad física con regularidad, apenas presentaban un pequeño incremento en el volumen de esta hormona.

Aunque el estudio tiene algunas limitaciones, como por ejemplo, que no se controló la ingesta de azúcar o que el dispositivo no medía con precisión en actividades como la natación, está claro que los niños que hacen más deporte manejan mejor el estrés y la ansiedad. Además, se ha visto que los niños físicamente más activos, en general, tienen mejor humor y, estadísticamente, son los que menos síntomas de depresión presentan.

En relación con estos datos, resultan preocupantes los datos que revelan que alrededor de un 30% de los niños no practica la cantidad recomendada de ejercicio (1 hora diaria).
Referencia Bibliográfica:

Martikainen, S.; Pesonen A.K.; Lahti, J.; et al (2013). Higher Levels of Physical Activity Are Associated With Lower Hypothalamic-Pituitary-Adrenocortical Axis Reactivity to Psychosocial Stress in Children. The Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism, March 7, 2013 jc.2012-3745.

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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