28 de noviembre de 2017

El novio perfecto no existe (en una app)

El Mundo, 26 de noviembre de 2017


Caminamos, a un ritmo difícil de describir, pero, a mi modesto entender, dinámico, hacia un escenario de patrones de comportamiento relacional absolutamente inauditos hasta relativamente hace poco. Es precisamente el contexto de relaciones interpersonales de naturaleza sentimental y/o amoroso en la red uno de los que con más variedad viene  ilustrándonos sobre las amplias y diversas posibilidades de dotar de opciones de contacto, relación y vida a quienes en el denominado mundo analógico, el que encontramos entre las cuatro paredes físicas más o menos amplias y abiertas en que se desarrolla nuestra vida (entorno laboral, nuestra casa, la barra de algunos bares, alguna que otra competición deportiva que practiquemos o  a la que acudamos como espectadores) apenas parecen encontrarlas. O se muestran especialmente negados para la empresa: "no soy capaz, estoy solo y nada me indica que esto vaya o pueda cambiar..." Los portales y aplicaciones para encontrar gente, contactar y ligar tienen un despliegue tan amplio que uno puede llegar a perderse en ese mundo singular de carreteras y espacios de encuentro. Algoritmos que cuadran soluciones, vislumbran caminos, y desbrozan, incluso, caminos aparentemente intransitables...

Pero es que nos dirigimos hacia un mundo, bueno, ya nos encontramos en él, en el que convivimos con cierta facilidad con una paradoja inquietante: la presencia omnipotente de la hiperconectividad, esto es, la posibilidad de estar en todo momento conectado con casi quien deseemos y forme parte de nuestro entorno (o no),  con una evidente falla o grieta en el aprendizaje y desarrollo de procesos sustanciales que desde la noche de los tiempos han engrandecido las relaciones interpersonales (y han sido sustrato esencial de nuestra evolución como especie) y que tienen que ver con el aprendizaje, manejo y gestión de herramientas sociales como mirada, la voz, el tacto y el contacto, el abrazo, la mirada clara y transparente, el cara a cara… Y también con la escucha tranquila, pasear junto a alguien, observar dónde estamos, por dónde transitamos, comentar. Y permanecer en silencio. También eso.

En el terreno de las relaciones sentimentales-amorosas, el hallazgo del noviazgo o relación (se supone que estable) virtual supone un paso más en una secuencia que, a mi modesto entender, multiplica los riesgos de incorporarnos a un escenario oscuro, marcado por lo irreal, lo intangible, inmaterial e incorpóreo.

Pero, según escribo esta última reflexión, no puedo dejar de preguntarme, ¿qué es real y qué irreal? ¿Puedo apelar sin más a este concepto de lo impalpable y asociarlo también sin más a lo irreal? ¿Quién soy yo para identificar lo virtual con la ausencia de realidad? ¿Es que lo imaginario o fantástico es intrínsecamente falso o engañoso? Tengo mis dudas. ¿Quiénes son los usuarios o potenciales usuarios de este tipo de realidades virtuales? E insisto, ¿quién soy yo para tasar de irreal y falaz la experiencia?

Las relaciones interpersonales afectivas y sentimentales llevan ya tiempo transitando el terreno de lo virtual, en escenarios interactivos basados en lo que escribimos, en textos, en imágenes, más o menos explícitas. Y, en ocasiones, sustanciadas de manera más intensa con herramientas y aplicaciones uqe permiten vernos en tiempo real, vernos mutuamente el rostro. Y nuestras reacciones y gestos. Y oír también más o menos distorsionado, hasta el tono de la voz de quien está al otro lado de… ¿la pantalla? ¿Pero solo de la pantalla?

¿Qué es real o irreal cuando imaginamos? ¿O cuando soñamos? ¿Es que dejamos de vivir durante esas experiencias, también vitales? ¿No forma parte de este mundo en el que habitamos la experimentación cada vez más frecuente de lo que no tiene presencia física ante nuestros ojos, pero impresiona también nuestros sentidos? ¿No llega a emocionarnos también? ¿No nos permite tener la impresión de que todo ha sido real? ¿No ha pasado el tiempo y nosotros en él y con él?

Hay personas (tal vez este mundo del que hablamos esté contribuyendo de forma inapelable en ello) con escasas habilidades personales y sociales. Con serias y complejas dificultades para establecer relaciones. Sobre todo, de carácter sentimental. Y viven, probablemente, un panorama desolador, triste, árido. Y muchos, probablemente, han intentado resolver ese desajuste, por expresarlo de alguna manera, desplazando sus esfuerzos a la búsqueda, más o menos esperanzada, de las webs de citas. Personas cada vez más solitarias, con crecientes dificultades para conectar desde el punto de vista sentimental, escondidas tras la pantalla de su portátil, anhelando una luz al final de ese erial en que se ha convertido su vida. Un panorama yermo, baldío… Y, claro, una opción como esta, ligada a la posibilidad de tener contactos con alguien que realmente no existe pero que termina existiendo, es decir, estando, pues no deja de ser una alternativa “entendible”. Y tengo que insistir en una idea antes expresada. ¿Es o no una experiencia real para esa persona recibir mensajes, llamadas y hasta poder tener conversaciones con su chico o chica virtual? Antes diríamos novio o novia… ¿Resulta satisfactoria esta realidad para quien la vive? ¿No la está viviendo en realidad?¿No tendríamos que preguntarles a los usuarios de estas aplicaciones sobre en qué medida les hacen sentirse mejor, más integrados, mejores personas incluso…)

Con absoluta sinceridad, diré que la idea, desde el punto de vista conceptual y de impacto en nuestra maltrecha humanidad, me da una grima tremenda. Me inquieta y produce pena. Y desasosiego. Y me trae a la memoria la película Her (2013): en un futuro cercano, Theodore, un hombre solitario a punto de divorciarse que trabaja en una empresa como escritor de cartas para terceras personas, compra un día un nuevo sistema operativo basado en el modelo de Inteligencia Artificial, diseñado para satisfacer todas las necesidades del usuario. Para su sorpresa, se crea una relación romántica entre él y Samantha, la voz femenina de ese sistema operativo. ¿Hacia dónde vamos? Y ya de paso, ¿dónde estamos?


Pero las cosas son como son, y no obstante, lo dicho, si tuviera que contestar con un o un no a la cuestión de si recomendaría a un amigo o amiga mía emprender una travesía de esta naturaleza, con sinceridad, casi con toda seguridad acabaría contestando, ¿por qué no? Porque he de reiterar esta idea. No solo he de preguntarme quién soy yo para juzgar a quien crea, diseña e incorpora al mercado este tipo de productos, Sino, sobre todo, quién soy yo para dar lecciones de deber ser, y hacer, a quien entiende que necesita de programas y aplicaciones de esta naturaleza para sentirse mejor en su vida. Y sentir una plenitud, sí, plenitud, que nunca ha llegado a encontrar y palpar en su cotidiano hacer y vivir. Porque, hay que insistir, ¿qué es real y qué no? ¿Quién valora? ¿Quién decide?

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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