12 de septiembre de 2016

Acoso entre iguales (14): La locura de las cifras

José Antonio Luengo




Las cifras y datos sobre la prevalencia y la incidencia del acoso entre iguales (acoso escolar) no son fáciles de explicar. No es fácil de explicar el baile de cifras que uno puede encontrar en los numerosos estudios que han pretendido y pretenden aportar luz al complejo proceso de averiguar qué es lo que realmente ocurre, qué porcentaje de niños y adolescentes son sometidos a situaciones de hostigamiento, exclusión, insulto, vejación por compañeros de clase, conocidos o chicos o chicas de parecida edad.


Superadas y arrinconadas (espero) las afirmaciones y conclusiones pseudocientíficas de investigaciones (¿?) poco rigurosas que tasan el fenómeno, así como quién no quiere la cosa, en una experiencia que sufrían uno de cada cuatro de nuestros alumnos y alumnas (configurando así escenarios en los que un centro que atiende, pongamos a 900 alumnos de secundaria, podría tener alrededor de 250 alumnos víctimas del maltrato entre iguales), lo cierto es que seguimos encontrando dificultad para interpretar las diferencias observadas en los resultados de los muchos estudios que siguen llevándose a efecto para estudiar el fenómeno en cuestión en sus dos modalidades, bullying y ciberbullying.

Las investigaciones aportan luz, y mejoran su fiabilidad
Con el paso de los años, han ido mejorando notablemente la estructura y formato de los cuestionarios que se utilizan para preguntar a nuestros chicos y chicas sobre esta experiencia (suele utilizarse el auto-informe), intentando, por ejemplo, asegurar que toda la muestra entienda de forma homogénea sobre qué conductas se pregunta (explicación del concepto y solicitud de respuesta sobre si el alumno ha vivido esa experiencia o no en primera persona), dando opciones de respuesta diferente sobre lo ocasional o estable de las situaciones vividas, o graduando sobre la gravedad de las mismas (utilizando una escala Likert). Lo que parece incuestionable es que, según qué se pregunta, cómo y cuánto se pregunta (número de ítems a contestar), los resultados (índices de prevalencia) pueden variar. En nuestro país, las encuestas e investigaciones al respecto del fenómeno del bullying y del ciberbullying no han sido escasas precisamente en los últimos años. Estudios nacionales como el del Defensor del Pueblo (2000 y 2006) o autonómicos (de interés resulta, a modo de ejemplo, el informe 2012 Instituto Vasco de Evaluación e Investigación Educativa). 

El pasado mes de febrero de este año, la organización  Save the Children presentó un estudio nacional que ha tenido amplio eco en los foros de reflexión, análisis e intervención sobre el fenómeno en cuestión. El estudio "Yo a eso no juego", en el que se recogieron 21.487 cuestionarios en las diferentes comunidades autónomas de una población de alumnado entre 12 y 16 años, presenta conclusiones de mucho interés en aspectos relacionados con la prevalencia del fenómeno, los retos a trazar por administraciones y sociedad en su conjunto, las recomendaciones para la prevención e intervención efectivas o las buenas prácticas que en el momento presente pueden encontrarse en el tratamiento  del acoso. Y entre estos datos, destaca, lógicamente, el detalle de las cifras, atendiendo a diferentes criterios de lectura e interpretación. Los datos aportados por el estudio muestran un escenario acorde con lo reportado por los estudios más rigurosos al respecto de la realidad analizada. Con la variante de consideración de ocasional o frecuente, los datos concretan una realidad según la cual el 1,2 % y el 1,1% del alumnado sufriría respectivamente bullying y ciberbullying frecuente y el 8,1% y el 5,8% del alumnado sería objeto respectivamente de bullying y ciberbullying ocasional. Muchos chicos y chicas en nuestro país sufrirían, según estos datos, situaciones de maltrato por parte de sus iguales y/o compañeros.


Hay datos y realidades que cuadran poco

Sin embargo, la información que puede conocerse del total de denuncias registradas en algunas comunidades autónomas y, de ellas, del total de casos contrastados y confirmados como bullying o ciberbullying, no parece acercarse en exceso a las cifras que se extraen de las investigaciones específicas. Es decir, se dan muchísimas menos denuncias reales de las que podrían esperarse si los datos aportados por los estudios se constatasen en la realidad cotidiana. Un buen ejemplo de esta observación podemos encontrarlo en la comparación de la incidencia (datos nuevos reales reportados cada curso escolar) del pais vasco hasta el curso pasado y las cifras evidenciadas en los estudios de prevalencia de la comunidad autónoma vasca o del propio informe de Save the Children. En concreto, con datos del curso 2014-15:
  • Alumnado de educación primaria y ESO (curso 14-15): en torno a 208.000.
  • Porcentaje de casos de acoso hipotético (según estudio de prevalencia de Save the Children:  Bullying (1% frecuente y 5,3% ocasional); Ciberbullying (0,9% frecuente y 3,6% ocasional)
  • Número de casos denunciados como acoso en curso 2014-15: 268. De los cuales, tasados como acoso tras investigación abierta: 67.
  • Porcentaje de incidencia acoso en el curso 2014-15 según casos tasados tras denuncia expresa (67): 0,032% (frente al 1% frecuente y 5,3 ocasional esperable)
  • El 1% de la población escolar citada supondría 2.080 alumnos/as.
  • 67 casos reales frente a 2.080 hipotéticos.
¿Qué puede estar pasando? 
Si las investigaciones sobre prevalencia dicen la verdad, o se acercan a ella, ¿cómo es posible que exista tanta diferencia entre lo esperable y lo que realmente llega, en forma de denuncia, a las mesas de los directores de los centros o a los servicios de inspección?.  Y esto en un contexto de alarma social como es el que nos encontramos... Podemos solucionar la duda argumentando, simplemente, que las administraciones cuentan lo que quieren, que ocultan datos, o que los maquillan. Esto es lo fácil. Entiendo, sin embargo, que hemos de buscar e indagar más. Sin duda. Creo sinceramente que puede haber otras razones que merece la pena explorar. Entre otras, 
  • ¿Son fiables los actuales métodos de investigación y el formato de los mismos? ¿Por qué hay tanta diferencia entre lo que chicos y chicas dicen que les ha pasado o les pasa, más o menos frecuentemente, y lo que luego se denuncia? ¿Se pregunta lo que debe preguntarse? ¿Se pierde la investigación las respuestas que encontraríamos con el análisis (imposible) de la entrevista individualizada? ¿Qué se pierde realmente de lo nuclear con las encuestas on-line?
  • ¿Sigue imperando la ley del silencio?. Más de lo que, incluso, creemos. Nos da miedo contar, "levantar la liebre", Miedo a las consecuencias, posibles represalias, miedo a que el remedio sea peor que la enfermedad, miedo a que no me crean, miedo a ser el "pringao" que acaba chivándose de todo...
  • Algunas víctimas pueden entender que lo que ocurre forma parte de la vida que les toca, que "es lo que hay", que les pasa a muchos. E intentan sobrevivir sin contarlo... "Porque es normal que ocurra" (cultura del "todo vale" para unos y de "qué voy a hacer", para otros).
  • Aunque parezca de perogrullo, ¿saben los chicos y las chicas, y sus padres, que si viven este tipo de experiencia deben contarlo cuanto antes?
  • Tal vez se sigue confiando escasamente en la capacidad de intervención de los centros educativos. Y no se denuncia. ¿Y se buscan alternativas como cambiar de centro educativo, por ejemplo?
  • ¿Cómo responden los centros a las primeras demandas? ¿Se acogen adecuadamente? ¿Permiten canalizar con confianza las demandas de padres y madres y del alumnado?
  • ¿Tenemos suficientemente en consideración la capacidad de resiliencia de muchos chicos y chicas que, pudiendo estar sufriendo comportamientos de exclusión, intimidación, vejaciones y demás, afrontan la situación con capacidad y competencia personal y social? "Esto que me preguntan ustedes me pasa, a menudo, pero sé responder a ello... Y no me inquieta en exceso."
Este no es un asunto fácil. No es fácil su interpretación. pero, sin entrar demasiado en quien tiene razón, creo afloran menos casos de los que realmente se dan en la realidad. Porque todas las investigaciones juntas no creo que estén desbarrando tanto. Tenemos que seguir trabajando en esclarecer los muchos puntos negros de este fenómeno tan despreciable.

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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