26 de enero de 2016

Acoso entre iguales (3): del acoso y sus características



EL ACOSO ESCOLAR ES, EN REALIDAD, ACOSO ENTRE IGUALES, Y ESTE ES UN MATIZ IMPORTANTE. SE DA EN LA ESCUELA O EN SU ENTORNO PORQUE TODOS LOS CHICOS Y CHICAS PASAN POR ELLA. DURANTE AL MENOS 175 DÍAS AL AÑO Y MÁS DE SEIS HORAS AL DÍA. Y CONVIVEN EN ELLA. PERO ES UN PROBLEMA SOCIAL, QUE COMPETE A TODOS.








José Antonio Luengo

Nos desayunamos cada mañana con una nueva noticia, algún caso que ha saltado a los medios. Noticias más o menos duras y traumáticas. A veces muy poco contrastadas. Noticias que, claro, llevan a otras noticias sobre la respuesta, o mejor, reacción, de las Instituciones. Planes que se divulgan, medidas que pretender abordar, definitivamente, una lacra existente y muy dolorosa pero no siempre bien tratada técnicamente, y, claro, mediáticamente.

1. El llamado acoso escolar debería ser denominado acoso entre iguales, o maltrato entre iguales, casi mejor. El lenguaje marca nuestras vidas y señalar con el término escolar este tipo de execrables comportamientos, alienta la idea o, al menos puede hacerlo, de que una vez más, la escuela no está a la altura, o que es, casi, la responsable del fenómeno. El maltrato entre iguales se da en la escuela, en los centros educativos. Allí pasan los días, más de 175 al año, todos nuestros niños y adolescentes. Durante seis o siete horas diarias entre unas cosas y otras. Y, claro, allí hay convivencia. Y conflictos. Pero no es la escuela la que abona este tipo de conductas. Al menos en la gran mayoría de los casos. Es este un problema de índole social, asociado a una sociedad que, parece, ha dado por perdidos determinados valores ligados al respeto, a la compasión, a la empatía, la ayuda, la solidaridad, el apoyo, la comprensión, la cercanía, la tolerancia. 

2. El maltrato entre iguales es un fenómeno real, que conste, y muy doloroso para quien lo sufre. De las numerosas conversaciones con víctimas de este fenómeno, al abrigo de los efectos del momento en que se produce, o pasados ya algunos años de las terribles experiencias vividas, he aprendido muchas cosas, pero cinco esenciales. Cinco que siempre me dijeron ellas, las víctimas, que por favor las contase, las hiciese visibles: (1) En situaciones de maltrato grave el dolor es profundo. Como profunda es la desesperanza que crea, la pérdida de la confianza que genera, en todos, en quienes te rodean, en ti mismo, también. (2) Las fantasías más recurrentes son dos, la de la venganza (algún día...) y, ojo, la de quitarse del medio... Muy duro. Mucho. (3) Una especialmente importante: la importancia de la ayuda de los compañeros, de los iguales. De los que casi siempre, solo, observan. Sin hacer. Basta sentir una mano en tu hombro, la mirada sincera, el apoyo de algunos amigos y compañeros para que todo sea menos duro, más abarcable, abordable...  (4) Es necesario pedir ayuda. Si no te atreves a enfrentar la situación pide ayuda. No lo dudes. Y no te retrases en hacerlo. Nunca. Y (5), de esto se sale. con ayuda, se sale.

3. Medir la incidencia del fenómeno no es tarea sencilla. Tasar un comportamiento de maltrato o acoso entre iguales no es fácil pero existen definiciones y límites, establecidos a través de la experiencia y la investigación: 1) La Intensidad de las agresiones (verbales, físicas, emocionales...); (2) la duración y permanencia de las mismas; (3) la existencia de jerarquía de poder diferencial entre agresores y víctimas;  y (4) la intención de hacer daño. 

Pero medir el impacto del maltrato, sus consecuencias precisa asimismo de la consideración de variables no poco importantes. Entre otras, (1) la red de apoyo social de la víctima; (2) las características y personalidad de la persona agredida, sus habilidades de afrontamiento; (3) la respuesta de los iguales, de los observadores; (4) las condiciones de seguridad y posibilidad de denuncia existente en el entorno; (5) la implicación de tutores y profesores en la promoción de la convivencia pacífica, y la medidas (y su rapidez y efectividad) de prevención, detección e intervención definidas en el centro educativo;  (6) la respuesta de los padres de la víctima en la secuencia de actuaciones; (7) la respuesta de los padres y entorno de los agresores en el proceso de investigación de los hechos y la implementación de las medidas; (8) la existencia (y calidad) de respuesta por parte de apoyos especializados; (9) la comunicación familia-escuela; y (10) el clima de convivencia que se vive en el centro educativo.

4. La prevalencia que se cita al abrigo de determinados estudios no es correcta. Hablar del 25% de prevalencia es una exageración injustificada. Los estudios más rigurosos hablan de porcentajes entre un 5 y un 10%, que ya son muchos niños en términos de números absolutos. Ningún profesor dará fe de unos porcentajes estimados que situarían un escenario de 200 niños maltratados por sus compañeros en un instituto de 800 alumnos. No es verdad.

5. Los centros educativos han reaccionado, y siguen haciéndolo. Cada vez  con más sensibilidad, y más herramientas y más conocimiento. Pero no es suficiente. Como no son suficientes los recursos de apoyo, intervención y orientación psicológica. Como no es suficiente, tampoco, la formación que sobre estos contenidos se da en las Facultades de Formación del Profesorado. Es necesario insistir en formar adecuadamente, dar buenos instrumentos, para detectar. E intervenir. Pero sobre todo, para prevenir. Y en esa asignatura tampoco aprobamos. Sin perjuicio de las responsabilidades inherentes al ejercicio inexcusable de la patria potestad de los progenitores, los centros educativos tienen que ser también, más que nunca, escuelas de convivencia. Y escuela de ciudadanos. Ahondando, por supuesto, en la ciudadanía digital. Imprescindible ya. Sin dilación ni excusas. 

6. Y una cosa más. Creo que los centros educativos tienen gran capacidad de respuesta, en los ámbitos pedagógico y educativo, si se hacen bien las cosas. Y que es en este contexto donde deberían adoptarse las medidas encaminadas a la resolución de este tipo de situaciones, Pero las actuaciones de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado son necesarias en ocasiones. Porque en no pocos casos estamos ante comportamientos tasados como delitos por nuestro Código Penal. Y con agresores con más de 14 años. Con las implicaciones que esta circunstancia tiene por mor de lo establecido en la Ley 5/2000 de Responsabilidad Penal de los Menores. Y por la obligación que tenemos como ciudadanos, y más como profesores, si es el caso, de notificar aquellos comportamientos que pudieran vulnerar los derechos más sagrados de terceras personas, y más siendo niños, niñas o adolescentes. La acción coordinada y la sensibilidad son necesarias siempre, pero más en estos casos.

Ver también #borraelacoso

2 comentarios:

  1. Me ha gustado tu enfoque del tema en la charla que diste en el Colegio del Rosario y me interesé por conocer más de tu trabajo.Así es como he conocido tu blog y he leído algunas de tus entradas(te hice algún comentario). Coincido contigo en el amor por este trabajo y en que hay que echarle mucha sensibilidad y mucha pasión.Me gustaría compartir contigo una poesía sobre el momento mágico del descubrimiento.
    DESCUBRIR
    Me encanta ese momento en el que aparece un brillo fresco en los ojos,
    en el que la comisura de los labios se arruga con la sonrisa,
    y le sigue la boca abierta, casi redonda.
    Dura poco, apenas un instante, unos segundos.
    Antes fueron unos ojos abiertos, inmóviles y atentos,
    unas manitas quietas que apenas sentían ,
    y su mente atendiendo en exclusiva a mis palabras.
    Como un profundo y afilado rayo se infiltra la idea
    el flash alumbra y enciende, dispara el entendimiento
    y aparece lo nuevo, lo que interesa.
    Es un momento de luces, de sentir el estirón,
    de levantar el velo y descubrir el misterio.
    El milagro de aprender
    abre las puertas de la vida,
    y recompensa y eleva mi condición de maestra.
    Mi labor se justifica cuando la chispa se enciende
    y el chico, al fin, me sonríe y me dice:
    ¡Ah! ¡Ya lo entiendo!
    Mavi , 27 de Junio de 2012

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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