14 de noviembre de 2012

Quitarse la vida, la tragedia cuando, casi, se es un niño aún



Quitarse la vida, la tragedia cuando, casi, se es un niño aún
José Antonio Luengo

Casi un millón de personas se quitan la vida a lo largo de un año. Cerca de tres mil al día.  Los números nos abruman, las cifras asaltan los titulares. De prensa, radio, televisión. Quitarse la vida. Quitarse de en medio, desaparecer. No estar ya. No querer estar, huir para siempre. Para ellos, seguro, descansar. La tragedia mayor, quitarse de en medio. Decidir no existir. El dolor, el sufrimiento en la base, en el corazón, en las arterias, en la sangre, en la mente, en los ojos. Que no pueden soportar más mirar hacia delante. No pueden. La tragedia más cruel, en el alma. De quien lo decide, de quien lo ejecuta.  De quien, desesperado, decide apagarse. En un acto cruel. Con uno mismo. Y, también, con los demás.

Pero si hay una tragedia mayor, tal vez es, el adiós deseado e impulsado, gestado y consumado, de un adolescente. Casi de un niño. O de una niña. Su corazón, su pobre corazón no pudo más. Su alma difuminada, su cuerpo, su cuerpecito, herido, ya sin cura. Ya sin solución. Solución de nada. Esa que no supimos o no pudimos ver. A veces, para nuestro gran dolor, que no quisimos ver, valorar, interpretar, sentir, hallar.
Hace nada, apenas unas horas, un niña más ha decidido irse. Esconderse del dolor y de la angustia. Tal vez no supo, no quiso, o no pudo contar. Tal vez esperó y esperó, esperanzada, que alguien, le daba igual quién, parase su tortura, sintiese su cruel desesperanza. Tal vez pensó, ingenua, confiada, que su dolor pararía, se iría, desaparecería de su vida. Cura, cura, si no se cura hoy se curará mañana… Quizá, como niña, pensó que ese rito, entonado mil veces por sus padres, desviaría su pena, la haría disminuir. Como disminuye el dolor cuando nos abrazan y consuelan. Cuando nos toman en serio, nos escuchan, consuelan, entienden, miran…

Cuando nos abrazan, con los brazos, con la mirada, con el corazón. El corazón del otro, el que nos sostiene tantas veces, el que nos da fuerzas para seguir, el que nos guía, el que nos dice… El que interpreta nuestra emoción, la tamiza, la hace suave, amable al tacto, a la cercanía.. El que nos dice, siempre, estoy. Para cuanto, y cuando, necesites. 

Ahora llegan las noticias, las fotos, la búsqueda de los porqués, de los cuándo, de los quién. Las noticias. El rechinar de dientes. Cuándo y por qué sucedió. Las claves de su alma. Del alma de quien decidió, seguramente desesperada, mil veces desesperada, que no podía más. El análisis sesudo, la interpretación profesional, la información responsable… Todo después, siempre después. Detrás, siempre detrás, se encuentra el desasosiego, la estupefacción, la soledad, el silencio, la mirada hacia otro lado, la exclusión, la vejación.

No son estas palabras que busquen justicia, ni explicaciones. Ni, por supuesto, compasión. Anhelan reflexión. Sobre quienes somos, qué hacemos cada día. Sobre el desprecio con el que nos tratamos, la arrogancia, la lucha por quedar siempre encima; sobre el deseo de humillar y el ansia por destacar, de cualquier modo… Desde la violencia, la chulería, el todo vale, el ser popular. Las consecuencias en segundo término. Da igual. Qué más da. Los damnificados, algunos, ya no nos escuchan, no nos pueden ver. Han decidido no seguir, no aguantar. No luchar más. Se rinden en su inexpresable sufrimiento. Y se nos van. No solo se van. Se nos van. Porque todos, un poco, nos vamos con ellos. Especialmente quienes hasta hace nada compartieron su vida, su sueños, sus sueños, sus días y noches, sus silencios, sus miradas. 

A veces, es cierto, pesa demasiado el interior. En ocasiones, es verdad, el alma no entiende de luchas. Y se descompone. A veces, sí, no es tanto lo que ocurre, sino cómo lo vivimos. Ya. Pero la realidad termina por anegar nuestra esperanza. Inundarla, consumirla, laminarla. Una niña más decidió irse. Para siempre.

Ese es nuestro dolor. Y nuestro reto. Un  reto de todos. De todos los adultos. De quienes sostenemos el statu quo. De quienes decidimos qué importa, por qué importa, cómo lo mostramos, cómo nos pavoneamos de ellos. ¿De verdad vale todo? Nunca más. Nunca más. La magia de educar esté en juego. Para los restos.

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/11/13/actualidad/1352817313_739351.html

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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