José Antonio Luengo
El Defensor del Pueblo ha
elaborado recientemente (2010) un estudio[1] de gran interés
al respecto de los contenido de las “pantallas” y, por supuesto, de Internet:
“la Programación y contenidos de la televisión e internet: la opinión de los
menores sobre la protección de sus derechos.”. “Tejen sus amistades en el
ciberespacio. Tanto que cuatro de cada 10 tienen amigos virtuales a los
que no han visto nunca. Dedican gran parte de su tiempo —el 42%, más de dos
horas al día en jornadas lectivas— a navegar por Internet y a ver la
televisión. También en el llamado horario protegido, y sin ninguna pega
por parte de sus padres. Son lo que algunos han llamado la generación búnker: los
menores de entre 12 y 18 años, que han interiorizado tanto el uso de las nuevas
tecnologías que ya no podrían prescindir de ellas”[2].
Entre las conclusiones del estudio se cita algunas especialmente
significativas: El 64% de los adolescentes cuelga imágenes privadas (tanto
propias como ajenas) en Internet, sin ninguna protección. El 14% asegura haber
recibido proposiciones sexuales; y el 11%, insultos y amenazas a través de la
Red. Además, reconocen que sus padres apenas controlan el uso que hacen de la
Red. Seis de cada 10 menores navegan sin que ningún adulto se meta con el
tiempo que permanecen conectados ni con lo que hacen en Internet.
Parece
evidente. En este contexto, no hay que indagar demasiado para saber, además,
que la edad de acceso a las redes sociales está descendiendo notablemente.
Tuenti, la red social online más popular en España entre los más jóvenes, ha
adoptado en 2009 una medida significativa tras la intervención y solicitud
expresa de la Agencia Española de Protección de Datos. Si bien
encontrar mecanismos para verificar la edad de los menores y protegerles de los
riesgos que esconde la Web aún es complicado, los menores en Tuenti deben
acreditar su edad mediante el envío del DNI.
Un
nuevo ejemplo. Madrid, finales de diciembre de 2009. Sobre la utilización
perversa de las webcam. La Policía Nacional detuvo
a tres hermanos por hostigar mediante grooming a varias
menores de edad[3]. Los
chicos amenazaban a las niñas para que conectaran la webcam y
les exigían realizar determinadas acciones de índole sexual siguiendo sus
indicaciones. En el momento del registro del domicilio de los
arrestados, éstos estaban descargando archivos de pornografía infantil. La
operación se inició como consecuencia de la denuncia interpuesta por la madre
de una de las víctimas menores de edad. La mujer manifestaba que su hija de 14
años estaba siendo víctima de amenazas y abuso sexual por parte de uno o varios
individuos que, tras contactar con ella a través de Internet y ganarse su
confianza, la convencieron para que enviase imágenes de ella desnuda para
realizar cibersexo. Una vez obtenidas las fotografías comprometidas
de la menor, comenzó a sufrir amenazas para que continuase enviando más y se
mostrase a través de la webcam. Los arrestados habían
facilitado también a las menores enlaces a páginas Web con contenido
pornográfico de adultos y niños. No siempre son adolescentes o jóvenes los que
están detrás (nunca mejor dicho) del asunto. En este caso, al otro lado de la cámara.
El grooming o child
grooming es un sistema empleado ordinariamente por pedófilos y
pederastas para ganarse la confianza de menores a través de Internet y obtener
concesiones sexuales por parte de éstos. Se trata de acoso sexual a través de
la Red, que se inicia a partir de un acercamiento logrado mediante engaños en
los que el ciberacosador (generalmente haciéndose pasar por
menor de edad) obtiene material audiovisual comprometedor, pasando
posteriormente al chantaje para obtener imágenes con contenido sexual. En
algunos casos llegan incluso a producirse encuentros en el acosador y la
víctima.
Podríamos seguir. Ejemplos no faltan. El
atentado a la dignidad de la persona es flagrante. Y, tal como se ha expresado
con anterioridad, la vulneración integral de la intimidad, el honor y la propia
imagen. De una vez. Manoseados, pisoteados, maltratados. Los efectos sobre la
persona afectada indeseables, en muchas ocasiones dramáticos. El tablón
de anuncios virtual, globalizado llevará su imagen, su alma, a
rincones insospechados. Su alma, su corazón. Acceso indiscriminado a lo que
soy, a lo que me ha pasado, a lo que me han hecho, a lo que han dicho o escrito
de mí.
En ocasiones es nuestra propia acción la que
genera el problema. Nos alojamos sin más como meros objetos.
Fotos, datos personales, privados, íntimos son accesibles a partir de ese
momento para un sin fin de usuarios de las tecnologías, de las redes de
comunicación virtuales. En otras ocasiones, la intrusión viene de fuera, vía
fotografía robada, grabación y difusión de videos más o menos
comprometidos, fotos manipuladas, grooming…
Esto no es una broma. Ha quedado claro.
Sí, es verdad. Muchas de las conductas de esta naturaleza que se observan a
diario tienen su origen en la chanza, en la risa, en la diversión de algunos, a
costa, claro, del sufrimiento de otros. Pero no se piensa en eso. Siempre se ha
hecho, dicen, y no ha pasado nada… Esto curte, energiza la personalidad de
quien los sufre, dicen… Y en otras ocasiones, el origen de la acción es, amén
de premeditado y alevoso, ominoso, deleznable. En gran mayoría de los casos
existe causa delictiva. De mayor o menor peso y repercusión. A veces, solo a
veces, sin que los propios chicos o chicas sean conscientes de ello. Ejemplos
hemos podido leer en párrafos anteriores.
Sin embargo, la génesis, el porqué de
la historia importa relativamente poco. Importa, y mucho, lo que se hace, lo
que se ve, lo que muchos ven y leen sin tener que hacerlo. Importa, claro, el
impacto a corto plazo. La sorpresa, la incredulidad, la sensación de ridículo,
el desconcierto, la duda sobre quién o quienes habrán tenido acceso a lo que
circula entre adolescentes, jóvenes y también adultos. Algo que se ha hecho
circular a propósito. Dependiendo del tipo de acción desarrollada, la
consecuencia puede ser especialmente dramática. Calumnias e injurias, delitos contra
la intimidad, contra la libertad sexual… La acción de indeseables.
Y después vienen las consecuencias a medio y
largo plazo. Dependerán, lógicamente de una buena cantidad de variables:
naturaleza y propiedades de la intromisión, características de los
dispositivos tecnológicos utilizados, difusión practicada, grado de estabilidad
de las ciberagresiones, edad y características de personalidad
de la víctima, rapidez en la respuesta a la agresión y apoyo a la víctima… Cómo
queda grabada la experiencia en nuestras vidas, en nuestra manera de ver e
interpretar el mundo. La lectura de la realidad trabada por
una triste experiencia. El desarrollo de la personalidad[4] dañado.
No son pocos los que han dejado de confiar en casi todo. Los que han visto
nublar sus expectativas ante y con los demás. Los que han aprendido a dudar de
las relaciones, del tú a tú. Y esto no es baladí.
Opera el todo vale. La
sinrazón de la desinformación. El acceso indiscriminado de
adolescentes y jóvenes a las tecnologías de la información, con escaso control
por parte del mundo adulto sobre su uso, ha traído consigo la gestación de
comportamientos cuanto menos indeseables definidos como ciberbullying o
maltrato en la red y otros dispositivos electrónicos. Los ataques directos son
variados y polimorfos. Acoso por mensajería instantánea o SMS, robo de
contraseñas, informaciones en blogs o Webs, grabación y difusión de videos,
envío de fotografías, encuestas en Internet, suplantación de personalidad,
envío de programas dañinos… La vulneración de la intimidad, el honor y la
propia imagen del otro muchas veces comprometidos.
En no pocas ocasiones, las aulas, pasillos,
patios y servicios han dejado de ser los escenarios representativos del acoso a
compañeros. La actividad se traslada a lo virtual, a la red. Los diferentes
dispositivos tecnológicos y la vertiginosa progresión en la creación y
adaptación de utilidades en los mismos hace el resto. En la base de esta
historia, claro está, el interés, más o menos larvado, por hacer daño.
Inherente también en los comportamientos presenciales que labran el maltrato en
los espacios físicos.
Una imagen vale más que mil palabras, reza el
dicho. A veces, esta expresión se queda corta. Muy corta. No somos objetos. Las
personas no somos objetos. Hay cosas que hablan de nosotros, que nos definen o
representan. Cosas que muestran nuestra identidad, nos hacen visibles,
tangibles, interpretables. Pero son cosas nuestras. De nadie más. Hasta que
dejan de ser nuestras y nuestra vida pasa a ser de común observación o
lectura.
Tratar a los demás como meros objetos. Como si
las cosas no fueran con ellos. Como si nada pasara. Sin pensar en las
consecuencias. Incluso cuando no subyace mala fe ni escabrosas intenciones.
Incluso cuando lo que pretendemos es, simple y llanamente, divertirnos un poco.
Esto siempre ha pasado, se dice. Siempre hemos utilizado a alguien para
provocar risas, dar a conocer debilidades, ridiculizar. Contar cosas íntimas de
alguien o inventar hechos o vivencias indeseables de algún compañero. Colgar un
cartel ofensivo en el tablón de anuncios del colegio haciéndonos pasar por otro
o garabatear líneas o dibujos ofensivos en la foto de una compañera que
ha llegado a nuestras manos después de que alguien la haya sustraído de su
carpeta del instituto… y pincharla en el corcho de la clase… Insisto,
ridiculizar, sin más. El corro de compañeros ríe, se carcajea. Se muestra
ufano, arrogante. Chulea de su atrevimiento, presume de su
gracia, de su inacabable imaginación. Y pobre de aquel que no se mofe si se
encuentra cerca de los depravados listillos.
La infancia y la adolescencia son etapas en las
que aprendemos poco a poco a conocer la esencia de términos como el respeto, la
dignidad, la empatía, la comprensión, y, por qué no, la compasión. En el
camino, en este complejo tránsito de aprendizaje social y ciudadano, no es
infrecuente equivocarse, dejarse llevar por la presión del grupo o por las
propias inclinaciones. El objetivo, jugar simplemente, entretenerse, trastear,
o, a veces, herir. Los medios, el cómo, utilizar a otro como un
objeto, servirse de él, de su aspecto, características, defectos y, a veces,
virtudes. Atacar las virtudes… Te gusta estudiar y casi no lo puedes
decir porque te conviertes en objeto de risas y bromas. Lo que mola es mofarse
del instituto, de los estudios, e, incluso, de algunos profesores (…/…) Te
dolió mucho hace unos días que se riera de ti tu admirada Carla. Te tiene
enamorado desde hace mucho tiempo. En un corrillo alguien te lanzó una puya. Y
ella lo celebró con una carcajada que te heló la sangre. Te sentiste
ridículo, te compadeciste de ti mismo”.[5]
El otro como un objeto. El
resultado, para qué, la risa fácil, el cachondeo, pasar el rato.
Sin meditar las consecuencias. Sin mediar la más mínima reflexión de lo que
puede pasar por la mente y el corazón de aquel objeto de la burla, de la
chanza, del engaño. Normalmente compañeros, iguales, a veces incluso amigos.
Mucho se ha hablado ya del maltrato entre iguales, del acoso al que se somete a
compañeros de clase o vecinos por parte de chicos o chicas del entorno,
conocidos casi siempre. Este fenómeno, una experiencia dolorosa donde las haya
para quien las sufre, supone ordinariamente una afrenta grave a la
personalidad, un deleznable escenario en el que sojuzgar, dominar y hundir se
convierten en las acciones básicas de una terrible experiencia de relación.
Cada ocasión en que se maltrata a un compañero, se le veja, insulta, amenaza o
excluye se produce un incuestionable ataque a su dignidad personal y, en no
pocas veces, atentando de manera flagrante contra su intimidad, su honor o su
imagen. Todo ello entendiendo estos conceptos en su acepción más amplia,
trascendiendo incluso el amparo establecido y reflejado en el
artículo 18 de nuestra Constitución o las referencias conceptuales y prácticas
ligadas a lo ordenado jurídicamente en nuestro ordenamiento jurídico, como por
ejemplo la Ley Orgánica 1/82 de Protección Civil del Derecho al
Honor, a la Intimidad Personal y Familiar y a la Propia Imagen o
la Ley 1/1996 de Protección Jurídica del Menor en su artículo 4.
La dignidad, en el fondo (y en la
superficie) claramente vapuleada. La autoestima, como resultado, bajo mínimos.
Las perspectivas de crecimiento y desarrollo junto a los demás, con los
demás, echadas a perder. Perdidas las ganas, la ilusión por estar
y ser con los demás. La soledad como referencia. El silencio como
compañía. ¿Para qué luchar? Hay mucho detrás de todas estas palabras. Mucho
dolor, sufrimiento y desánimo. Ser tratado como un objeto. Mi corazón, mi alma,
mi honor, mi imagen, mi dignidad en las manos, sucias, de algunos. Sí, solo de
algunos, pero de los que pesan, mandan y son referentes de los demás. Sin
miramientos ni control.
Ya se ha dicho suficientemente. No podemos
mirar hacia otro lado, esconder nuestras cabezas bajo el asfalto u ocultarnos
tras argumentos tales como “es lo que hay, no hay quien lo pare…”. Es
imprescindible actuar, de manera coordinada, sumando esfuerzos e ilusiones por
hacer una sociedad mejor. El contenido a abordar no es sencillo, ni mucho
menos. Ha alcanzado tales niveles de desarrollo que la simple observación sobre
su necesidad de control y más adecuada gestión se hace ridícula. Las soluciones
pasan por actuar en los distintos frentes que el fenómeno manifiesta: (1) La
mejora y adaptación de nuestro ordenamiento jurídico en la materia que es de
referencia; los pasos dados hasta el momento por la Agencia de Protección de
Datos, a modo de ejemplo, son una referencia de respuesta ágil y segura. (2) La
intervención explícita de las Instituciones y Administraciones a través del diseño
e implementación de proyectos y programas de información, formación y
sensibilización a la población infantil y adolescentes y a padres y educadores
sobre el uso sano y seguro de las TIC y la prevención y corrección de los
fenómenos de acoso y maltrato a través de los medios tecnológicos. Ejemplos
como los anteriormente citados, solo algunos de los iniciados y puestos en
marcha en la actualidad son un referente de por dónde orientar las actuaciones,
cómo hacerlas eficaces y, especialmente, estables. De singular relevancia ha de
considerarse el desarrollo de estas iniciativas en escenarios educativos, con
la participación conjunta de padres, profesorado y alumnos y, especialmente,
iniciando su implementación desde las primeras edades; es en este ámbito donde
las posibilidades de abordaje preventivo adquieren mayor valor. (3) El apoyo de
las Administraciones a la acción social de numerosas organizaciones y agencias
que trabajan de manera denodada y profesional en esta materia. Algunos ejemplos
de la calidad de sus propuestas han sido significados en páginas anteriores.
(4) La acción correctora y de reproche, policial y judicial[6],
cuando es necesario llevarla a efecto, pero especialmente educativa por parte
del contexto escolar; es imprescindible actuar, reaccionar, llamar la atención
sobre la repercusión e impacto de las acciones, arrinconar definitivamente la
tesis de la impunidad por lo hecho, por la comisión de actos indeseables y
delictivos. Y realizar acciones preventivas que permitan visibilizar el amplio
espectro de circunstancias relacionadas que conllevan este tipo de situaciones
en el contexto de comunicación e interacción entre nuestros adolescentes. (5) Y
una última consideración de naturaleza transversal: es imprescindible el
desarrollo de políticas que faciliten la compleja tarea de ser padre o madre
hoy en día. Nos desayunamos frecuentemente con noticias que afectan de manera
singular al comportamiento (negativo) de nuestros adolescentes y jóvenes. Cosas
que ocurren, sin duda, circunstancias que pasan, hechos que se desarrollan en
los diferentes rincones de nuestro país. No podemos negar los hechos, las
evidencias y manifestaciones. Y parece razonable que se informe de ello. Pero
es imprescindible apelar también a la reflexión sobre varias derivadas de este
fenómeno. Por ejemplo, (a) sobre la representatividad de lo
que se cuenta: ¿dan estas noticias una idea real y proporcionada de la vida de
nuestros chicos y chicas, de su comportamiento cotidiano, relaciones, hábitos y
costumbres?; (b) sobre las consecuencias e impacto que
lo noticiado causa en la visión y lectura social que se construye al respecto:
los riesgos evidentes de la generalización y estigmatización; (c) sobre los
posibles efectos de imitación que las noticias (y cómo se dan
las mismas) de determinados acontecimientos puede producir; en 2007 la
Organización de Naciones Unidas alertó expresamente sobre la necesidad de
revisar los procedimientos por los que los medios de comunicación difunden las
noticias sobre adolescentes y jóvenes en conflicto con la justicia. Y expone
en su Observación General nº 10 de 2007, “Los derechos del niño en la
Justicia de Menores”, capítulo VI (Concienciación y Formación)[7]: “Los
medios de comunicación suelen transmitir una imagen negativa de los niños que delinquen,
lo cual contribuye a que se forme un estereotipo discriminatorio y negativo de
ellos, y a menudo de los niños en general. Esta representación negativa o
criminalización de los menores delincuentes suele basarse en una
distorsión y/o deficiente comprensión de las causas de la delincuencia
juvenil, con las consiguientes peticiones periódicas de medidas más estrictas (por
ejemplo, tolerancia cero, cadena perpetua al tercer delito de tipo violento,
sentencias obligatorias, juicios en tribunales para adultos y otras
medidas esencialmente punitivas).” Y (d) sobre la responsabilidad de
los adultos en estos fenómenos: la influencia del modelo del comportamiento
adulto. En fin, todo un mundo por conquistar.
[1]http://www.defensordelpueblo.es/es/Documentacion/Publicaciones/monografico/contenido_1289207058897.html [2]http://www.elpais.com/articulo/Pantallas/foto/generacion/bunker/elpepirtv/20101106elpepirtv_1/Tes
[3] http://www.abc.es/20091219/nacional-sucesos/ciberacosadores-200912191212.html [4] El artículo 10 de nuestra Carta Magna coloca entre las bases del orden político la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes y el libre desarrollo de la personalidad.
[5] Santos Guerra, M.A.: “Carta abierta a un empollón”. En Periódico Escuela. Nº 3.847 (1.699). 3 de diciembre de 2009
[6] De especial relevancia en la sentencia emitida por un Juez de Las Palmas de Gran Canaria que ha condenado al padre de un menor de edad por los daños causados por su hijo al colgar en una red social la foto de una chica en ropa interior acompañando la imagen de descalificaciones insultantes y vejatorias: http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=190760
[7] http://www2.ohchr.org/english/bodies/crc/docs/CRC.C.GC.10_sp.pdf
[3] http://www.abc.es/20091219/nacional-sucesos/ciberacosadores-200912191212.html [4] El artículo 10 de nuestra Carta Magna coloca entre las bases del orden político la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes y el libre desarrollo de la personalidad.
[5] Santos Guerra, M.A.: “Carta abierta a un empollón”. En Periódico Escuela. Nº 3.847 (1.699). 3 de diciembre de 2009
[6] De especial relevancia en la sentencia emitida por un Juez de Las Palmas de Gran Canaria que ha condenado al padre de un menor de edad por los daños causados por su hijo al colgar en una red social la foto de una chica en ropa interior acompañando la imagen de descalificaciones insultantes y vejatorias: http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=190760
[7] http://www2.ohchr.org/english/bodies/crc/docs/CRC.C.GC.10_sp.pdf
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