27 de diciembre de 2012

"La atención temprana, ayer, hoy y mañana.


Monográfico sobre Atención Temprana en la revista Psicología Educativa del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

"La atención temprana, ayer, hoy y mañana. Derechos, un lugar desde el que partir, un lugar hacia el que mirar"

José Antonio Luengo
 


Early Childhood Intervention, Yesterday, Today and Tomorrow. Rights, a Place of Departure and a Place to aim Toward
José Antonio Luengo Latorre
Universidad Camilo José Cela, España


Resumen. La atención temprana no es solo un concepto. Ni siquiera una práctica. La atención temprana
representa un proceso ligado al desarrollo de patrones y protocolos para la promoción de la salud, en el
más amplio sentido de la palabra, en los primeros años de vida. Y, consecuentemente, supone, debería
suponer, el desarrollo de un derecho, habilitado en intervenciones planificadas, técnicamente consecuentes
y adecuadamente combinadas, entre profesionales e instituciones, para el tratamiento y el abordaje de
las situaciones que son inherentes a circunstancias de discapacidad o riesgo de su aparición en la población
de más corta edad. El objetivo es abundar en la acción proactiva, la tarea preventiva, la escucha y la
comunicación con el entorno familiar, la agilización de los trámites, la evitación de los efectos perversos
de la reiteración y repetición de pruebas, consultas, comprobaciones, la comunicación certera y eficaz
entre los profesionales y sistemas implicados, la ausencia de arrogancia y protagonismo institucional.
Palabras clave: Atención temprana, Derechos.

21 de diciembre de 2012

Entresijos del perdón


Entresijos del perdón
José Antonio Luengo

Perdonar. Una palabra. Un concepto. Pero también una experiencia. ¿Quién no la ha vivido en alguna ocasión? Perdonar, o ser perdonado. Dos ópticas, dos lados de un mismo principio. Ser capaz de trascender, de no tomar en cuenta, de superar, ir más allá. En el fondo se trata de vencer un obstáculo, una dificultad, un agravio. Pasar página. Ir a otro capítulo. Y seguir estando ahí, con disposición. Con implicación y convencimiento.

A veces pedimos perdón, o somos perdonados; en otras, perdonamos. Y de vez en cuando, más poco que mucho,  más tarde que pronto, con más esfuerzo que sin él, creo, nos perdonamos. Todo surge de un error,  un agravio, un desacierto, un fallo, en ocasiones en cadena; puede que un malentendido. De algo incómodo, o muy incómodo; molesto, también de un enfado. Nos sentimos, o se sienten, agraviados, dolidos, decepcionados incluso. A saber, una avería en el sistema, una fuga incontrolada. La sensación de que hemos perdido algo o nos hemos perdido; se ha desmoronado un pilar, colapsado, tumbado o simplemente escorado.

El origen está ahí, en un hecho, una circunstancia, una situación, una palabra, una mirada. Algo no está bien. Para alguien, más o menos cercano, o para mí, con respecto a alguien. O para mí, también, con respecto a mí mismo, a lo hecho, pensado, sentido. Algo pasa y las cosas cambian. Todo antes del perdón. Antes del acto consciente de pararse, pensar y hacer. Hacer algo, ya sea pedir perdón, de que te pidan perdón… Antes de perdonarte, o mejor, de decidir y poder perdonarte.

Ofendemos, nos ofenden; hacemos daño, nos hacen daño. Nos equivocamos y se equivocan. Y un día, antes o después, somos capaces de detenernos un instante, y dar valor a lo que supone vivir cada día, experimentar la dificultad, la intriga del propio existir, de intentar y seguir, cada día. 86.400 segundos de vida cada 24 horas. Miles de opciones y oportunidades de fastidiarla, de meter la pata, de equivocarnos. Y, estando en ello, equivocándote, poder ser consciente de ello saber parar, detenerse, como decía, un instante, un momento. Y ver, mirar, leerte, ser consciente del camino seguido, de lo hecho, de lo dicho; ser consciente de los hechos y las consecuencias. Sus efectos, impactos. En los demás, en nosotros mismo.

Antes del perdón, pues, el error; de algún tipo. De alguien. De mil colores, mil naturalezas. Sentidos más o menos, llorados algunos, fuente de enfado, o decepción. Y, en ocasiones, de dolor. Muy grande a veces. Dos ingredientes esenciales. Uno antes que otro. En el tiempo, en la distancia, en el recorrido que supone nuestro cotidiano hacer, sentir, estar, escuchar o decir cada día. Al menos dos ingredientes. Hasta aquí lo esquemático, lo objetivo. Relaciones de causa y efecto. Pero hay más. Las entrañas del sentir humano; a saber,  lo más cualitativo del proceso, las ideas, sensaciones y emociones que subyacen y que dan versatilidad y diversidad a lo que se vive.

Por un lado, la experiencia de pedir perdón. Intensa, difícil, a veces confusa. Pedir perdón implica ser consciente del patinazo, de la equivocación, del error. Muchas veces no intencionado, a veces ni percibido en sus dinámicas iniciales. Notar su presencia, sentir que está, que algo ha pasado que no lo hemos hecho bien, que no hemos sido capaces de expresarnos como queríamos, tal vez como debíamos. Nos detenemos y miramos nuestro interior, capturamos el momento, pasa ante nosotros de nuevo. Vemos y percibimos el momento, o los momentos. En ocasiones una larga ristra de momentos. Empujados por una suerte de inercia tozuda que nos impide situarnos de otra manera o ver las cosas con otra óptica, hacemos y decimos sin prestar demasiada atención a quien nos dirigimos,  con quien compartimos, nos miramos, hablamos … Pero un día, cercano o no al momento en que hemos podido atropellar o herir, pero normalmente seguido al instante en que hemos tomado conciencia del mismo, (no tienen por qué coincidir en el tiempo), somos capaces de parar, mirar a la cara de aquel o aquellos a los que sentimos haber agraviado, de una u otra forma, y expresar nuestro pesar, puede que arrepentimiento, y pedir perdón. Pedir perdón. Desde la humildad imprescindible para reconocer la equivocación. Desde la empatía necesaria para situarse cerca de la emoción del otro, de sus sentimientos. Casi para meterte, discretamente, dentro de él. Y acariciar y abrazar, con sencillez. Y prudencia. Con la sana intención de restañar  la herida. Y, en lo posible, aliviar. Y, por supuesto,  en esta historia de desencuentros y, sobre todo, encuentros, nunca despreciar una variable sustantiva: ser rápidos. En reconocer, en pedir perdón. Cuanto antes. A la mayor brevedad.

Y sentir el perdón, sentirse perdonado. Experiencia física. Uno respira, otra vez. El pulso vuelve a su cadencia. Te abandonan los sudores. Y psicológica. Sientes renacer la confianza, el espacio que hubo, la red que protegía las dificultades. Tus fuerzas se renuevan. Puedes seguir caminando, creen en ti. Te escuchan. Sientes el abrazo fuerte. El que fue, el que deseas. Y el agradecimiento te llega y te sale, por los poros de todo cuerpo, a borbotones. La calma te acaricia, dolorido aún tu corazón por la inquietud, por el sentir que fallaste, que no estuviste a la altura. Que no supiste hacer, que fuiste injusto, o torpe, o egoísta…  

De otro lado, la experiencia de perdonar. Perdonar es, por encima de todo, un acto de generosidad. Y nobleza. Se aparta lo negativo, lo estúpido y mezquino. Y nos quedamos con la paz. La que surge antes, durante y después del acto de saber que sí. Que se perdona. Por supuesto, ¡solo faltaría! Supone desprenderse. Irse del lado oscuro de cada experiencia. Implica, también, mirar a los ojos, estrechar con fuerza la mano, abrazar convencido. Y requiere, asimismo, humildad para saltar de espacio, pasar la página, observar con otra perspectiva. Huir de la arrogancia. Del que siempre se cree en posesión de la verdad. Guiñar el ojo. No pasa nada. Sonreír desde el corazón. Eso es perdonar. Abrazar al que te ha herido y decirle: confío en ti, creo en ti. La paz necesaria para capturar  ese sentimiento inunda tu alma. Y puedes mirar atrás con tranquilidad. Y, claro, también de frente. El desprecio y la arrogancia lejos. Lejos de mí. Cuanto más mejor. 

Y, claro, por supuesto, no podemos dejar de lado la experiencia de perdonarse. Uno. A sí mismo. Esta es difícil. Nos enfrentamos a nosotros mismos y esa, probablemente, sea la situación más compleja. De interpretar, de gestionar. ¿Qué fuerzas se confabulan para que hagamos tan difícil reconciliarnos con nosotros mismos? Porque, claro, no se trata de pasar de lado, mirar hacia otro sitio o, simplemente, despreocuparse sin más. Hablamos de avanzar, leer bien la realidad, escuchar a nuestro corazón, entender por qué ha ocurrido esto o aquello, qué provocó tal situación, por qué actuamos así. Crecer, en definitiva. Y encontrar el hueco que nos permita crecer. Me equivoqué, no anduve fino, me pudo la arrogancia, no fui lo suficientemente sensible… Pediré perdón, sin duda, pero, pase lo que pase, he de confiar en mí otra vez, creerme, saber que seré mejor. Perdonarme. Solo así, seré capaz de caminar sin miedo.




8 de diciembre de 2012

Cada vez menos niños Un presente preocupante, un futuro incierto




José Antonio Luengo

En nuestro país nacen pocos niños. Y menos que van a nacer tal como van las cosas. Se  trata de un hecho, objetivo, ordinariamente invocado como germen de futuras dificultades para el sostenimiento de nuestro actual statu quo como sociedad organizada según parámetros de pirámide poblacional.  Según datos[1] hechos públicos por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en noviembre de 2012,  España perderá una décima parte de su población en 40 años si se mantienen las actuales tendencias demográficas. La caída se iniciaría este año, cuando el número de habitantes disminuirá por primera vez, al menos desde 1971. Las estimaciones  exponen, asimismo, que los nacimientos se reducirán progresivamente, lo que llevaría en 2022 a un total de 45 millones de habitantes frente a los más de 46 millones de la actualidad. En el año 2052 la caída sería más acuciante, al reducirse hasta 41,5 millones los habitantes de nuestro país.

Según informa el INE, la causa de la reducción de los nacimientos se encuentra en el descenso del efectivo de mujeres en edad fértil, causado por la crisis de natalidad de los años 80 y principios de los 90 sobre la pirámide poblacional femenina. Con base en la estadística publicada, el número de nacidos no aumentará hasta 2030, aunque volverá a bajar en 2040. En 2021, la estimación se sitúa en 375.159 nacimientos, un 20% menos que en el último año. Hasta 2031, se registrarían 7,7 millones de nacimientos, un 9% menos que en los últimos 20 años. La edad media de las mujeres para tener hijos seguirá subiendo de los 31,5 años actuales.

Menos nacimientos, menos niños en las casas, en las calles, en las escuelas e incremento progresivo de la edad media de la mujer para tener su primer hijo… Con los nacimientos en línea descendente y la esperanza de vida hacia arriba, la tasa de dependencia[2] se elevará notablemente. Así, en 2022 habrá diez personas en edad de trabajar por seis parcialmente inactivas, es decir, de menos de 16 años o más de 64. Estos números se dispararían en 2052 con una persona en edad de trabajar por otra que no estaría en esa situación.

Resulta poco creíble que una situación como la expuesta, absolutamente conocida desde hace tiempo por expertos en diferentes disciplinas relacionadas con el futuro de las sociedades, habilite tan escasas respuestas a las encrucijadas que define, algunas de ellas compatible con un marco social claramente insostenible. Y lo peor parece ubicarse en la deriva que viene observándose en la atención a las políticas de apoyo a la natalidad y a la siempre compleja tarea de ser padre o madre hoy en día. Sin  perjuicio de explicaciones razonadas, no sé si razonables, sobre la necesidad de acometer reformas que contribuyan a reducir el déficit de los estados y poder soportar altísimos intereses que deben abonarse para zanjar las deudas de préstamos que en su día fueron solicitados para seguir avanzando (uno no sabe muy bien hacia dónde, viendo los resultados de las operaciones) en el desarrollo y progreso de nuestras sociedades, lo cierto es que llevamos ya mucho tiempo analizando las descriptivas cifras de la tasa de reposición[3] y sus devastadores efectos si no se toman medidas correctoras de calado y amplio espectro.

Nacen menos niños y menos que nacerán. Las buenas noticias sobre el incremento de la tasas de natalidad[4] en los últimos, relacionado básicamente con los nacimientos aportados por población inmigrante, ven desvanecer de forma drástica, al menos momentáneamente, el optimismo que apuntaban, a la vista de la pérdida de población extranjera en el contexto de crisis económica y social que nos ahoga en la actualidad.

Nacen menos niños por varios motivos, entre otros importantes, por una reconsideración sensible en el planteamiento de la vida que los adultos queremos, integrado por necesidades, intereses y prioridades, que los adultos, hombres y mujeres, hemos ido definiendo en los últimos 30 años. Cuestiones relacionadas con el cambio de papel de la mujer en la sociedad (hecho este absolutamente imprescindible, a mi juicio), mucho más presente en la esfera pública, en el trabajo remunerado, y cuestionada, no sé si suficientemente, su exclusiva conexión con las tareas domésticas, habrán tenido, sin duda, relación estrecha con determinados efectos que están siendo objeto de las presentes reflexiones; pero no dudemos, asimismo, de la influencia paralela del inmovilismo mostrado por el colectivo masculino para hacer frente y dar respuesta a las nuevas necesidades derivadas de los cambios citados. Y, claro, todo ello en el contexto de un modelo de sociedad edificado en la locura colectiva del consumismo voraz, del hedonismo más recalcitrante, de la obsolescencia programada. Hábilmente dirigido y orientado desde las alturas de un orden social instalado peligrosamente en la creación de burbujas y expectativas desaforadas, en el contexto de una desfachatez moral[5] alarmante. Y sus consecuencias. Muchas prisas, muchas prisas[6], nuevas y acuciantes necesidades… Y prioridades. Dudas eternas sobre cuándo y cómo plantearse tener hijos, y, cuando estos llegan, escaso tiempo para dedicarse a ellos, para estar con ellos. Dudas, también, sobre si tenerlos. Estas últimas, probablemente, más en estos momentos. Momentos de profunda revisión de nuestro denominado estado del bienestar. De los tiempos y las posibilidades; posibilidades para proyectar un futuro, un itinerario personal razonable, con las incógnitas lógicas y positivas de todo futuro, pero visualizable, al menos, con sus zigzag, claro, pero ubicable… Y, por supuesto, de reformulación drástica de los parámetros salariales para los recién llegados a la experiencia de vivir de su trabajo… Jóvenes con un nivel de formación como nunca se dio. Y en edad, claro, para pensar, o no, en tener hijos. Ahora o en el futuro. Porque en la vida, trabajar no puede serlo todo. Y, por supuesto, la panacea no puede ser pensar en que, tal vez lejos, fuera de nuestras fronteras, exista quien se interese por nuestro currículum vitae. Sin más. Mano de obra, al fin. La solución a todo lo que en la actualidad vivimos hemos de encontrarla en nuestra casa, con nuestros chicos y chicas, con nuestros medios, nuestra gente, en nuestro entorno, sin perjuicio, claro, de experiencias, las que sean, vividas en otras tierras, con otros, en otro mundo. 

Habrá alguien pensando, no lo dudo, en cómo arreglar este desaguisado. O no. A veces lo dudo, sinceramente. La perspectiva, sin embargo, no pinta bien. No pinta bien para nuestro modelo de sociedad, ni para nosotros, los adultos, que vemos, entre aturdidos y atemorizados, cómo pueden cambiar las cosas de un día para otro sin que medie siquiera un leve pestañeo; nuestro presente tembloroso, del futuro, mejor no hablar. Ni para nuestros mayores, asustados en no pocos casos, por las nuevas e inabordables responsabilidades que les toca asumir; después de toda una vida de esfuerzo y trabajo denodados, de ilusión por descansar y disfrutar del tiempo que les queda por vivir. Ni por supuesto, para nuestros niños, los que nacen ahora o, en su día, nazcan.

Porque nacen o nacerán en un mundo con menos iguales. Porque nacen o nacerán en un mundo con menos tiempo, con más urgencias, con menos medios, con más dudas, con más inquietud, con menos estabilidad. Un mundo dominado por la incertidumbre sobre el hoy y el mañana, un mundo marcado por la provisionalidad. No todo tiene que ser negativo en este escenario, no, ni mucho menos. Siempre encontraremos aspectos que nos permitan ver que no todo tiempo pasado fue mejor. Probablemente, cierta dosis de austeridad sea uno de ellos. Pero los efectos de este nuevo orden social traerá (trae ya) consecuencias indeseables en la vida y desarrollo de nuestros más pequeños, de nuestros niños y adolescentes.

Menos niños, menos niños en cada casa. Menos niños en las calles, jugando, donde deberían estar. Niños, en todo caso, demasiado tiempo atendidos por otros que no son sus padres. Escuelitas abiertas hasta la noche y desde las primeras horas del día, centros educativos disponibles doce horas al día, casi todos los días del año, abuelos con rostro de abnegado canguro… 

Preguntemos a nuestros jóvenes. Echemos un vistazo a las cifras de jóvenes en desempleo en nuestro país[7]. La tasa de desempleo entre los menores de 25 años es del 52,3%. Imaginemos qué perspectiva de vida son capaces de dibujar en sus mentes. Pensemos en sus expectativas. En las de ellos, pero sin perder de vista a los que tienen la suerte de contar con un puesto de trabajo. Sus sueldos, su estabilidad. Casi tienen que dar gracias… Por desplegar su capacidad, formación, competencia. A base de contratos inmundos, becas interminables. Mirándoles por encima del hombro. A ellos, que son los que nos pueden sacar de esta. 

Preguntémosles, escuchémosles. Miremos su rostro. Sus ojos vivos e intensos. ¿Seremos capaces de mantenerles la mirada sin sentir rubor? Difícil imaginarse un escenario que permita ubicar la palabra (y la imagen) hijo en sus objetivos personales a corto y medio plazo. Y, probablemente, con razón. Nacerán menos. Si no se arbitran medidas que permitan poner en valor una sociedad que cuida verdaderamente la experiencia de la paternidad, compatible, por supuesto, con la actividad laboral y profesional. Equilibrada. Medida. Razonable. Y que facilita la acción, siempre compleja, de educar. No solo de gestionar quien cuida.

Y los que nazcan, ¿podremos garantizar su adecuado cuidado y atención? ¿Atenderemos realmente sus necesidades? ¿O seguiremos prestando exclusiva atención a las nuestras, a las del mundo adulto? ¿Seguirán nuestros pequeños con jornadas interminables fuera de su hogar, al cuidado de otros diferentes a sus padres? ¿Seguiremos inventando nuevos recursos y fórmulas para dar cobertura a nuestro disparatado orden? 

No hay que perderse esta noticia. Montserrat López, directora de Mi escuela infantil, partió de su propia experiencia como madre para ofrecer un "servicio revolucionario", como se anuncia en la página web de la guardería, el de dar a los pequeños no sólo el desayuno, comida, merienda y cena de cada día, sino también un baño para que los padres los lleven a casa "listos para dormir. Cuando llegas a las ocho y media de la tarde a casa, cansada tras todo un día de trabajo, ponte a duchar a tus tres niños y a darles de cenar", explica ante la atenta mirada y las sonrisas, en la bañera, de su hija Mar, de 16 meses, a quien también cuida en su guardería del barrio almeriense de La Cañada, junto a otros 23 niños de hasta seis años.

Que tu hijo no eche raíces aquí… Esa frase, como un dardo, como una señal, una advertencia, un consejo… O, simplemente, una reflexión en voz alta. Así rezaba la frase que podía leerse en la escuela infantil a la que asistía mi hijo mayor, Pablo, hace ya veintitrés años. Se incorporó a ella cuando contaba dos añitos. Era otra época. Alguien pensaba más en las necesidades de los más pequeños. Les atenderemos, cuidaremos, educaremos… Pero, por favor, cuidad el tiempo que estáis con ellos. Estad con ellos, todo lo que podáis. Lo necesitan. Necesitan llorar en vuestros brazos, saltar en vuestras rodillas, gatear en vuestra alfombra. Todo lo que podáis, y más. Preguntaron a Jay Belsky[8] por los beneficios de las escuelas infantiles, sobre el tiempo que deben permanecer los niños en ellas durante el día… "Depende, dijo. Las proteínas de la carne son buenas, pero los hidratos de carbono, tomados en exceso, pueden convertirse en grasas. El problema con las escuelitas está casi siempre en la dosis”.



[1] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/11/19/actualidad/1353320388_394798.html
[2] Tasa de dependencia es el índice demográfico que expresa, en forma de tasa y porcentaje, la relación existente entre la población dependiente (suelen utilizarse los segmentos de edad limitados por los 15 y los 65 años) y la población productiva, de la que aquella depende. A medida que la tasa se incrementa, aumenta la carga que supone para la parte productiva de la población para mantener a la parte económicamente dependiente: por un lado los niños y por otro los ancianos.
[3] España cuenta con una media en la actualidad de 1,39 hijos por mujer cuando la tasa de reposición (la necesaria para mantener la pirámide demográfica y la relación entre jóvenes y ancianos), se logra a partir de 2,1 hijos por mujer.  Incluso, habría que decir que un hipotético aumento de la fecundidad no bastaría por sí solo para garantizar más nacimientos. El número de nacimientos depende de dos factores: el número medio de hijos por mujer y el número de mujeres en edad de tener hijos. Y esta última cifra puede reducirse mucho en los próximos años por efecto de la disminución de la natalidad. Tomando, por ejemplo, como edad fértil el intervalo entre 20 y 45 años, los estudios más recientes sobre la pirámide de población nos muestra que el número de mujeres en ese grupo de edad disminuirían en más de un 30% durante los próximos veinte años.
[4] Esta variable da el número promedio anual de nacimientos durante un año por cada 1000 habitantes, también conocida como tasa bruta de natalidad. La tasa de natalidad suele ser el factor decisivo para determinar la tasa de crecimiento de la población. Depende tanto del nivel de fertilidad y de la estructura por edades de la población.
[5] De especial interés resulta el libro Indecentes, de Ernesto Ekaizer. Espasa Libros, 2012
[6] http://www.youtube.com/watch?gl=ES&hl=es&v=HdrABHarNyM
[7] http://elpais.com/tag/paro_juvenil/a/
[8] El doctor Belsky fue profesor en la Penn State University hasta el año 2001. Desde entonces, dirige el Institute for the Study of Children, Families & Social Issues en la Universidad de Londres. En la actualidad está considerado un investigador internacionalmente reconocido en el campo del Desarrollo Infantil y los Estudios de la familia. Sus áreas de especial interés son los efectos del cuidado en guarderías, las relaciones entre padres e hijos durante la infancia, la transición a la paternidad, la etiología del maltrato infantil y las bases evolutivas. Ahora está implicado en el multimillonario estudio SECC y en un estudio longitudinal con 1000 jóvenes de Nueva Zelanda que han sido estudiados desde que tenían 3 años.

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Artículo de interés

La OPA amigable sobre los niños
Xavier Rubert de Ventos
3 de enero de 2003
El País

 "Y es así como ni unos ni otros, ni mayores ni pequeños, pueden ya trabajar o divertirse a sentimiento. No hay tiempo ya para ello. Todo es oficio. Hay que dedicarse al trabajo como hay que hacer de la educación o del ocio una expresa y convulsiva ocupación: educacionar, vacacionar, "hacer familia". Nada que ver con la "sobriedad de estímulos" aconsejada por Cardús. Muchos jóvenes ejecutivos trabajan hasta las diez de la noche, y el tiempo que les queda lo dedican también en hacer cosas: "hacer" sexo o gimnasia, "hacer" viajes a Disneylandia o las Seychelles, peregrinar a las estaciones de invierno, o cualquier otra de esas actividades con las que ocupan compulsivamente su tiempo desocupado. Todo ello, claro está, bien asesorados por los expertos del ramo: animadores culturales, musculadores, psicólogos de la interacción, abogados de la familia y demás diseñadores o reparadores de la "sinergia interactiva".

Ver artículo completo


GUÍA PARA LA PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA EN ADOLESCENTES DE LA OMS


Colegio Oficial de Psicólogos

La Oficina Regional Europea de la Organización Mundial de la Salud ha elaborado el documento Evidence for gender responsive actions to prevent violence (Evidencia sobre intervenciones sensibles al género para la prevención de la violencia), en el que proporciona claves para la elaboración de programas de prevención de la violencia en adolescentes (incluido el buylling y el abuso sexual), así como justifica la necesidad de implementar acciones en esta dirección, dado el creciente aumento de este problema.

Infocop 

GUÍA PARA LA PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA EN ADOLESCENTES DE LA OMS

Según recomienda la OMS, las acciones preventivas en materia de violencia deben ser comprehensivas, multisectoriales, estar basadas en la evidencia científica y ser sensibles a las diferencias de género. Entre las iniciativas que han demostrado ser eficaces para la prevención de la violencia en adolescentes, la OMS destaca las siguientes:

  • En el contexto escolar: programas de mejora del clima escolar, programas de prevención de abuso sexual y de prevención de violencia, protocolos específicos ante problemas de bullying, códigos de conducta por parte del profesorado y alumnos en contra de los estereotipos y cualquier otra forma de discriminación y programas de entrenamiento del profesorado en habilidades y estrategias para enfrentar de manera eficaz situaciones difíciles que se den en el aula.

  • En el contexto socio-sanitario: programas de terapia grupal de víctimas de violencia y bullying, programas de entrenamiento para padres en el desarrollo de disciplina sin violencia y habilidades de solución de problemas, unidades especializadas para la atención sanitaria y psicosocial de las víctimas, etc.

El texto también propone acciones a escala comunitaria y de política social, como programas de apoyo a padres, actividades de mediación, etc., o la restricción del acceso de los niños a materiales violentos en televisión o internet, entre otros.


El informe completo puede descargarse, en inglés, pinchando en el siguiente enlace:



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Infocop | 07/12/2012




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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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